LA ESENCIA DE ‘FARIÑA’ EN TRES SECUENCIAS

“La ficción nacional es para Terito y para los viejos, las series anglosajonas son el futuro”.

En realidad, hace ya un tiempo que la producción televisiva nacional ha desterrado a la “señora de Cuenca”, pero no he venido a hablaros de eso. Tampoco a hablar de mi libro, pero sí de un libro, un ambicioso volumen de no-ficción de Nacho Carretero ilustrando al detalle el panorama y los recovecos del contrabando y el narcotráfico en la costa gallega a finales del siglo pasado, que Carlos Sedes, Jorge Torregrossa y el equipo de guionistas han sido capaces de convertir, con gran brillantez, tomándose las justas licencias narrativas y fácticas, en un serie de televisión que, si bien probablemente efímera, ha sido sin duda la sensación de la escena televisiva en los últimos meses.

Como tanto el análisis de las virtudes y defectos de la serie podría eternizarse, más aún evaluar la adecuación de la ficción a la realidad concreta y específica que narra (y ni digamos ya todo lo que quedó en el “tintero”), me centraré en seleccionar tres momentos, tres secuencias de la serie que ilustran todo lo que ha supuesto Fariña, en tanto que producto audiovisual, en tanto que adaptación de un material preexistente y en tanto que, sobre todo, crónica de una realidad y un tiempo no tan remotos que, como bien se evidencia en los efectos, en el mundo real, del after show Conexión Fariña (incorporados, de hecho, al epílogo de la serie, en un hábil ejercicio de producto no cerrada y en construcción).

Un sol de carallo en la procesión del Carmen

Con esto empezó todo, por resumirlo de alguna manera. Un hecho real (la procesión marítima pospuesta un día por primera vez desde que se tiene recuerdo) al que se dimensionó y acentuó en dramatismo e intriga con un hecho irreal (Roque/Ramiro, la R de ROS, al borde de la muerte en su calidad de garantía humana), al compás de un clásico ochentero como Galicia caníbal de Os Resentidos. Un desfile de barcos, en buena parte aún cargados de “material” de la macrodescarga de la noche anterior, entre el jolgorio festivo vecinal en pleno verano gallego. El mar hay que vivirlo para comprenderlo y más aún en la Ría de Arousa, donde no sólo los ricos salen a desfilar al mar. Y Sito Miñanco superando a Cristiano Ronaldo por la derecha.

Galicia, sitio distinto

A título personal he de decir que probablemente lo que más me ha llamado del “fenómeno Fariña” (libro y serie) no es el relato del ascenso y caída de un manojo de pailáns que sacaron tajada de una coyuntura de miseria, desregulación e inoperancia/connivencia policial para levantar un imperio, sino la pieza fundamental del éxito de todo ello: las conexiones políticas (y por extensión, policiales y judiciales) de esa gente, narradas aquí con total naturalidad y desvergüenza.

Reunión “secreta” (y real) con el Presidente de la Xunta (Fernández Albor no tiene ni la décima parte de impacto mediático que Fraga o Feijóo, por eso pudieron retratarlo tan frontalmente), juez incómodo sacado del medio y los señores do fume abandonando la comisaría cual Reservoir Dogs encabezados por su abogado, el siniestro Pedro Ventura/Pablo Vioque (personaje más merecedor de un spin off propio de cuantos han desfilado por estos diez capítulos), al ritmo, nuevamente, de Os Resentidos. Y por si fuera poco, el pueblo entero esperándolos a la salida (para que hablen de la Pantoja o de Messi) y recibiéndolos al son de Catro vellos mariñeiros, como si viniesen de estar tres meses faenando en Mauritania o en el Gran Sol.

¡Sito Miñanco, preso político!

No, los creadores no sucumbieron ante la obviedad y tentación de incluir el popular tema de Os Papaqueixos (un one hit wonder de manual) en su selección musical. Pero sí que cumplieron su deber de recrear la estampa más conocida de Miñanco, saludando trajeado y con su bigote a lo Pablo Escobar al público entusiasta del Xuventude Cambados (club de divisiones regionales al que llevó a la cima de 2ª B en pocos años, en la era pre-Bosman y pre-jeques futboleros), que lo jaleaba cual héroe popular, cual hombre de a pie hecho a sí mismo. Esta vez las notas escogidas son las de Lynyrd Skynyrd, reintepretadas por Siniestro Total, para dejar patente el escenario sociológico de pan, circo y dinero fácil que sirvió de caldo de cultivo a tamaños imperios de la droga. Miñanco no “emigró” al Caribe por necesidad, sino por avaricia, por voracidad. Y con la conexión caribeña vino todo lo demás.

Cierro esta entrada, publicada aún con la incertidumbre de si habrá o no segunda temporada, lanzándoos una pregunta al aire: ¿será Fariña la mejor one season wonder de la historia televisiva española?

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