OSCARS 2012: LA CRÓNICA

NO ES SITIO PARA LA VANGUARDIA

Con lo cantado, incluso más de lo habitual, que estaban todas las estatuillas (nuestra quiniela no fue especialmente mal pese a habernos mojado en todas las categorías y encima arriesgar cambios de última hora, de estos que siempre ocurren, pero no ayer finalmente), el comentario de las nominaciones ya casi equivale a la valoración final de los resultados, así, tal cual pionisos accidentales y casuales. Ha sido, repito una vez más, el año de la nostalgia, la veteranía (Meryl Streep, Christopher Plummer, Woody Allen) y el amor por las formas definitorias de un medio en el espectro en el que confluyen sus vertientes de arte y espectáculo popular. Un back to basics de libro, tanto a lo clásico, justificado discursivamente con logrados giros hacia el metacine (como le ocurre tanto a la triunfadora absoluta, The artist, como a la notable aspirante, La invención de Hugo), como incluso a lo pre-clásico, siendo el único de los “premios gordos” que al menos se ha acordado de “la otra gran película del año” El árbol de la vida (que finalmente ni siquiera ha visto reconocida su incuestionablemente magnífica fotografía, de manos del sensacional Emanuel Lubezki).

No puede ser casualidad, por tanto, que el Mejor Guión Original del año (Midnight in Paris) haya recalado en una comedia dirigida por un veterano más que consagrado y encumbrado, amante de las formas “de toda la vida” pero con la suficiente inteligencia como para introducir logradas modificaciones, tanto en estructura como en recursos, según cuadre, sin que desentonen e integrándose de manera perfectamente armónica en esos cánones; y en este caso concreto, con una premisa argumental y metafórica tan clara (y significativa) como la progresiva nostalgia por épocas pasadas que se han vivido. Toda esta temporada de premios ha sido un calculado (y quizás demasiado precedible) guión que el domingo alcanzó su resolución, su clímax.

Los premios más famosos culminan con final feliz una historia de amor, en primer lugar, de la propia película triunfadora con el cine, un idilio demostrado plano por plano y sin posibilidad de rechazo. En segundo lugar, de los espectadores de todo el mundo, mainstream, “minorstream” o de las ligas que sea, con la(s) esencia(s) del cine y el aroma que lo ha convertido en el mayor espectáculo del mundo, en plena crisis creativa industrial, camuflada bajo el nihilismo digital, donde el vanguardismo o bien merece la vitola de impostor o se automargina sin querer saber nada más, mientras la huida de la curiosidad y el hambre de frescura de la audiencia hacia una complejamente renovada televisión es más que masiva.

Y en tercer y último lugar, para que negarlo, la historia de amor de esta valiente producción con los hermanos Weinstein, un idilio que empezó en el pasado Festival de Cannes, donde los “midas” estadounidenses conocieron a la criatura, a la futura niña de sus ojos, y ha acabado fructiferando con el mayor de los retos. Los hermanos más poderosos de la meca del cine mainstream han logrado lo imposible: no sólo han elevado a lo más alto a un película muda y en blanco y negro en pleno siglo XXI, haciéndola la primera película no anglosajona en levantar el máximo galardón de la industria hollywoodiense, sino que además la han convertido en uno de los títulos más laureados de la historia del cine.

Aunque este último hecho ha sido innegablemente determinante para un triunfo tan abrumador, no me queda otra que discrepar con voces tan referentes como la de Gregorio Belinchón, quién expresó ayer su indignación con un triunfo tan incontestable afirmando que la Academia dio una “patada a la historia del cine” que “escuece en el alma del cinéfilo”. Puedo coincidir en que ha habido otras grandes películas a lo largo del pasado año, en que el éxito tan abrumador del film francés no haya reflejado la verdadera competencia que tuvo, que fue mucha, muy buena y muy variada. Yo mismo, durante la temporada de premios, he expresado mi profunda indignación al ver los continuos olvidos a los que era sometida Un dios salvaje, en mi particular podio fílmico de 2011 junto a The artist. Pero seamos sinceros y no nos engañemos: la temporada de premios de invierno, y sobre todo los Oscar, son unos galardones de, por y para la industria, una industria que jamás se ha desposeído ni mucho menos renegado de las formas y el aroma que la han puesto donde está, por mucho años y vanguardias que pasen.

Si bien es cierto que esa particular “vanguardia” venida de Sundance que lleva más de diez años dominando, intermitentemente, estos certámenes, ya incrustado en la maquinaria pesada de Hollywood, el famoso Indiewood, es ya mucho más que una moda, aún no ha desbancado del trono en absoluto al discurso y la estética clásicos (de los que no difiere tanto en esencia), si es que alguna vez lo consigue. Echemos una vista a las campeonas de los últimos años: el estilo post-telefílmico de El discurso del rey (otro logro de la factoría Weinstein), el neo-colossal digital de El señor de los anillos, el musical apenas modernizado de Chicago, el fondo argumental de toda la vida en Slumdog millionaire (si bien el triunfo de su forma narrativa y de su ficha producción fue insólito). Este año lo han tenido claro y han premiado la nostalgia y el metacine (la aspirante, La invención de Hugo, acabó llevándose, a modo de compensación, estatuillas técnicas que correspondían racionalmente a otros).

La alternancia con la vanguardia ligera y las formas alternativas es es necesaria, pero estos premios son la voz de una industria que entretiene (a la par que adoctrina) a todo el mundo y que jamás desterrará unos modos de hacer que, en esencia, aunque no nos lo recuerden de manera tan directa y explícita como en este edición, nunca se han ido, básicamente porque no tienen fecha de caducidad ni obsolescencia alguna. La capacidad de regeneración y actualización de la forma clásica es infinita, y su camino al corazón del espectador, de cualquier tipo y clase, simple, directo y sin fisuras. El lugar de la(s) vanguardia(s) está, y ha estado siempre, en los festivales y en los circuitos de exhibición alternativos. En el momento en el que den el salto ya pertenecerán al mainstream, a las mayorías o minorías numerosas y fieles, a la cultura popular.

Como colofón, sólo se me ocurre decir: ¡¡que viva el cine!! De ayer, de hoy, y de siempre.

Lista completa de premiados

3 comentarios en «OSCARS 2012: LA CRÓNICA»

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