LEE HARVEY OSWALD APRENDIÓ A DISPARAR EN LOS MARINES – Vuelve ‘HOMELAND’

Seamos sinceros. Era una creencia de obviedad aplastante que la serie que consiguiese derrocar a Mad Men de su largo, incontestable y merecido reinado, tendría que ser un producto de un calidad suprema, porque incluso cuando la sombra del hastío acechaba, la joya de Weiner se mantuvo a la gran altura que ella misma se había marcado y nos volvió a recordar el significado de la palabra “delicia”. Pero un diamante que vino tapadito desde Israel en forma de adaptación se destapó y empezó a brillar de tal manera que consiguió eclipsar incluso al más grande de los astros. El resto de la historia ya la conocemos: 6 Emmys, incluyendo tres de las categorías principales, un pleno que superó incluso su reconocimiento en los Globos de Oro, tras los que ya se intuía que un relevo en el trono del drama televisivo estaba cercano. Y a la par, primer gran éxito en drama para Showtime, justo cuando más falta les hacía (con su eterna rival, la HBO, entrando de lleno en su otrora terreno vedado, la dramedia).

Tal vuelco, completamente inesperado hace un año, no era para menos. Empezó con un piloto muy prometedor, y tras unos pocos capítulos, la maravilla entró en un crescendo imparable. Con semejante y cortante final de temporada, resultaba complicado discernir cómo iban a hacer para mantener el listón. Pues bien, tras un par de entregas, y una sucinta pero necesaria elipsis, parece a todas luces que lo mejor está aún por llegar. Esa figura del enemigo en casa, gran leit-motiv de la serie, queda ahora perpetuada a fuego, con un meteórico ascenso del protagonista masculino (y el que puede venir, de mayor magnitud) en su carrera por llevar a cabo la mayor conspiración llevada a cabo en las propias narices del gobierno estadounidense. Ese doble filo operativo de Brody cobra dimensión como hipónimo de ese megaconcepto que es la doble moral de la sociedad norteamericana dominante, en estos términos aplicada a la esfera político-militar. O lo que es lo mismo: aquella hilarante referencia en La chaqueta metálica a Lee Harvey Oswald (asesino de JFK, según la versión oficial) y su gran puntería, resultado de su entrenamiento en los marines, que allí se quedó, en líneas generales, en el terreno del gag y la anécdota (pese a su fortísima connotación sobre el subtexto antibélico de la película), ahora se desarrolla plenamente hasta un nivel inimaginable, colando el ratón hasta la cocina.

Por otro lado, al margen del argumento mismo y su consistente dimensión significativa (recaditos incluidos a los altos hornos de la inteligencia geopolítica occidental y su proyección de cara al pueblo llano, a través los medios de comunicación de masas), el relato resalta su virtuosa forma de thriller psicológico, con secuencias de alta tensión en ritmo minimalista cada vez más sobresaliente. Y lo que es más importante: manteniendo e incluso incrementando la intensidad de sus inmensos personajes protagonistas, gracias, por supuesto, al inconmensurable trabajo de Damian Lewis y Claire Danes (recompensados en consecuencia por la Academia televisiva), pero también de los no tan relucientes pero igualmente fundamentales Mandy Patinkin y Morena Baccarin (que no pasaron la criba de nominados), especialmente esta última, que se destapa, cada vez más, como el soporte de un creciente subrelato sobre el cinismo pero también la alta inconsciencia e ingenuidad de los altos estratos de la sociedad yankee, tanto en el dominio privado como ahora también en el público.

En este último orden de cosas, la hija de Brody (Morgan Saylor), incipiente promesa en la primera hornada, pinta ahora como un más que probable personaje revelación, con la que conoceremos otra versión de este poliédrico conflicto desde abajo, desde la perspectiva de los “hijos de”, a la par que lidiaremos con las secuelas de su brusco cambio de vida en plena adolescencia. Porque no hay nada que ayude mejor a un thriller de estas características que la diversificación de fuerzas de presión alrededor de su núcleo candente. Con Carrie fuera de juego, de convicción y probablemente de motivación, al Congresista Brody, la cuerda se le empieza a tensar, con peligro de ruptura, desde focos inesperados, desde cabos que parecían más que atados. Y todo ello antes de que la heterodoxa, osada y bipolar ex-agente de la CIA vuelva al ruedo, pues sabemos, incluso sin ver los episodios, que acabará volviendo. Pero esta vez, no estará sola.

La irrupción de Homeland, el pasado otoño, consoló al público huérfano de la efímera pero altamente reveladora Rubicon. Su consolidación cubrió su vacío y encandiló a muchos de sus denostados fieles. Su rotundo éxito vengó su cancelación. Y ahora, su hasta ahora notable evolución la convierte en la nueva referencia del drama televisivo de calidad, y de paso, lanza un recadito a la AMC acerca del gran error que cometieron. Sólo llevamos dos entregas y esto ya promete, y mucho.

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