LOS CAMINOS DE LA CULPA, EL DUELO, EL PERDÓN Y LA REDENCIÓN - ‘UNA BUENA PERSONA’, de Zach Braff

UNA BUENA PERSONA - A good person (2023) de Zach Braff

Puede que, de manera innata y casi inconsciente, no haya nadie mejor preparado para la dirección de actores que alguien procedente del oficio de la interpretación. Pues esa, casi dos décadas después de Algo en común, sigue siendo la mejor baza como realizador de Zach Braff. Lo que ya llama algo más la atención es el "cambio de registro" del actor y cineasta de New Jersey en su transición de delante a detrás de las cámaras: luego de hacer reír a una generación entera como J.D. en la sitcom Scrubs, sus mayores virtudes como director las ha desplegado en el terreno del drama, desde la tragicomedia en su citada ópera prima hasta el melodrama más desnudo en su última película.

Nada puede conducir de manera más potente a la culpa y al rencor que el duelo, y a su vez, ningún antagonista más natural para esos dos conceptos que el perdón y la redención. Ideas cuya capa más básica a nadie se le escapa pero que contienen infinidad de matices y ramificaciones, más aún cuando a partir de estas se pretende construir un relato que consiga ser revelador pero a la vez funcional, digerible. Y es precisamente a través del juego con un trío protagonista inspiradísimo como Braff consigue conjugar todo esto y ofrecer un resultado bastante notable.

Porque mientras que Allison (Florence Pugh) capitaliza el sentimiento de culpa, hasta el punto de que la atrapa en una espiral de adicción y autodestrucción sin salida aparente, las fuerzas del rencor y del perdón -en reacción al duelo- se van trasvasando, en diferente composición a lo largo del metraje, entre Daniel (un Morgan Freeman que nunca decepciona) y Ryan (Celeste O’Connor, gran revelación de esta película), abuelo y nieta huérfana. En los complicados vínculos entre estos dos se generan fricciones como resultado de la relación de cada uno de ellos con Allison, que evoluciona en direcciones opuestas pero discontinuas a lo largo del relato.

Cierto es que, tras un imprescindible prólogo que expone el antecedente clave, el catalizador de todas esas situaciones, la película se hace un poco de rogar a la hora de volver a conectar ambos cabos, pues no es hasta ese momento cuando se empieza a tejar esta completa telaraña de emociones y desventuras humanas. Con todo, la disfuncionalidad del trío protagonista, cada una con sus razones y manifestaciones particulares, provoca que las relaciones entre estos personajes no vayan por un camino ni mucho menos recto. Lo cual eleva un reto de un desenlace que no sólo conecta todos los puntos sueltos y los lleva a buen término, de manera más que notable, sino que eleva el nivel global del conjunto y pone un broche de plata a una premisa y un desarrollo nada baladíes.

Por tanto, el aplauso a Braff como cineasta no debe centrarse sólo en una virtud para la dirección de actores más que revalidada y consolidada, sino también a su solvencia como guionista de drama. Pero si hay un nombre propio en la ficha artística que destaca por encima de cualquier otro (con permiso de una Celeste O’Connor a la que seguir con mucha atención) es el de Florence Pugh, actriz de moda y al alza gracias a hitos recientes como Midsommar, Mujercitas o Viuda negra, que con una adecuada promoción y si la distancia temporal no lo evita, podría figurar entre las sospechosas habituales de la temporada de premios del año que viene, y no es para menos: su interpretación, tan histriónica y tendente al exceso como sincera, es el principal pilar que mantiene en pie un relato que, como ya se ha expuesto repetidamente, no era nada fácil de llevar a la pantalla.

Ficha técnica

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