LAS CLOACAS DE ROSEBUD – ‘MANK’, de David Fincher

MANK (2020) de David Fincher

No preguntéis qué es Rosebud, sino qué es Mank. Veamos: no es (ni pretende ser) la Ciudadano Kane del siglo XXI, pues pese a los recursos narrativos y compositivos diferenciales que aporta el siempre interesante David Fincher, se acerca más a un biopic al uso que a un producto particularmente ambicioso. Tampoco es un pastiche ni un desfile de guiños a la obra maestra de Orson Welles, pues las referencias a la misma se sitúan más en lo estético que en lo temático. Ni siquiera se trata de un "cómo se hizo" extraoficial y en diferido de aquella, puesto que la crisis creativa de Herman J. Mankiewicz y su particular choque de egos con Welles quedan en un segundo plano.

Partiendo de un guión escrito por su padre, Jack Fincher (fallecido en 2003), el cineasta nos introduce en las bambalinas creativas de la Edad de Oro del Hollywood clásico, los grandes estudios y las cuestiones de poder que se dirimían entre fiestas, galas y rodajes. El relato adopta la forma de una suerte de meta-guión que se va construyendo a sí mismo. A través de un recurso permanente al flashback, el retiro del guionista, durante el cual escribió el célebre libreto, sirve como punto de anclaje para los sucesivos fragmentos de esta crónica, más política que artística.

Pese a su apariencia de recreación nostálgica de otra época, la película expone de manera muy decidida las cloacas de ese sistema, materializadas en particular en su propaganda, tanto directa como encubierta, contra Upton Sinclair (candidato demócrata al gobierno de California, de conocida militancia socialista). Un tinglado con William Randolph Hearst (el verdadero Charles Foster Kane) de promotor, Louis B. Mayer de arquitecto e ilustres maestros de obras como Irving G. Thalberg y David O. Selznick. Que esto sirva, de paso, para que nos quede claro que la propaganda en el cine no sólo era cosa de Goebbels o de los clásicos soviéticos (algo que debería saber de serie cualquiera con unos mínimos conocimientos de Historia del Cine).

Otro punto a favor de Fincher es que no reposa en las referencias cinéfilas como base, sino como contexto y como armazón de un relato sobre el complejo rol y los dilemas morales del creador en el seno de unas industrias culturales tan poderosas como las del Hollywood clásico. El alcoholismo del protagonista no es sino un elemento más bien coyuntural, pues esto no va realmente de su carácter autodestructivo y sus excesos (lo que sería el colmo de los topicazos), y también funcional, ya que sirve de ingrediente contingente y necesario de cara a la gran escena de la película, su clímax dramático, que a la vez resume por sí sola sus auténticas esencias.

Un Mank profundamente alcoholizado en una fiesta temática en casa del propio Hearst, a la que llega tarde, mal y arrastro, improvisa en un arranque de genio la sinopsis de lo que sería una interesante versión alternativa de Ciudadano Kane, su propia deriva burlesca y grotesca: una adaptación del Quijote a los tiempos presentes… inspirada en la vida y obra del magnate mediático, cuyos delirios de grandeza desnuda en su propia cara. Esta lograda secuencia supone también el momento de mayor inspiración de un Gary Oldman brillante, que presenta una sólida candidatura a su segundo Oscar.

Expuestos ya sus aciertos y sus puntos más sobresalientes, cabe decir también que, en esencia, la gran apuesta de Netflix para la temporada de premios que viene no es un biopic tan especial, ni dentro de este subgénero tan particular y heterogéneo, ni como aspirante a mejor película de este año tan atípico en todos los sentidos. Eso sí, apostaría todas mis fichas tanto a Oldman como a la magnífica fotografía de Erik Messerschmidt.

Ficha técnica

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