LA ANTESALA DEL AVERNO – Vuelve 'MAD MEN'
El principio del fin. Comienza la recta final de una serie que ha hecho historia desde sus inicios. Sus cuatro Emmys consecutivos son una nimiedad si lo comparamos con la huella que ha dejado y dejará en la historia de la ficción televisiva, en cuyo particular Olimpo ya figura con derecho propio desde hace tiempo. Y en un espíritu de continuidad con la “season finale” del pasado año, la muerte vuelve a cobrar protagonismo, pero esta vez su carácter fantasmagórico tiene menos de “ley de vida” y de didáctico como lo tuvo aquella gloriosa secuencia final de Waterloo.
En un regreso con la reminiscencias más lynchianas que ha mostrado la criatura de Matthew Weiner hasta la fecha, Don Draper, al que apenas se le ve trabajar en todo el episodio, pese a copar buena parte del mismo, continúa el curso lógico de su particular descenso a los infiernos de la pasada temporada y media. En una suerte de rifirrafe inesperado e implícito con el karma, en ese limbo tan incierto que separa la redención del castigo, el regreso de una vieja conocida (a la par que cuenta pendiente) en el plano onírico precede al conocimiento de su defunción, tantos años después, a la vez que un encuentro casual, de estos que tanto disfruta nuestro protagonista sin mayor aliciente, le evoca a un recuerdo inexistente, de esos que nuestro subconsciente crea sin nuestro permiso para purgar culpas o simplemente cubrir vacíos.
La muerte, la memoria de lo perdido y la implícita necrofilia que se sitúa entre ambas marca el rumbo tanatorio de este inicio de media temporada, de esta recta final en la que la luz al final del túnel, con matices, todavía es una posibilidad. Casi todo en este episodio, desde la frustración sentimental de Peggy hasta el parche de Cosgrove, hace referencia de algún modo a la pérdida, al recuerdo de lo que se ha ido y de lo que no se ha conseguido, como se puede apreciar, en un nivel ulterior de lectura, en ese momento en que la amante de turno de Don derrama vino en una lujosa alfombra y acto seguido encuentran un pendiente perdido de Megan. El Severance (inglés para “finiquito”) del título no sólo describe funcionalmente una de las tramas secundarias (que de primeras puede parecer destinado al propio Draper, en la cuerda floja) sino que además, y sobre todo, nos marca claramente esta dirección.
Con estos ingredientes, más la guerra de egos que se prepara en la agencia con un Cosgrove que se pasa al otro lado, al del cliente, más el último asalto del debate feminista entre Peggy y Joan, más todo lo que aún no se ha visto del resto de personajes que aún brillan con luz propia, más la evidencia del fin de una era (subtítulo de este volumen definitivo) en el siempre relevante y enriquecedor contexto sociocultural del relato, se nos avecinan unos seis episodios apasionantes en los que puede pasar de todo. La última vuelta de una carrera siempre es la más decisiva, sean cuales sean los coches.