ETIOPÍA Y LA NUEVA FLOR – 'DIFRET', de Zeresenay Mehari

Difret (2014) de Zeresenay MehariDIFRET (2014) de Zeresenay Mehari

En Addis Abeba, como en muchos lugares del mundo, las mujeres víctimas de abusos sexuales pueden ser, además, víctimas de un sistema judicial que las señala a ellas como culpables, por deshonrosas, por pecadoras, por inferiores. Es el caso de Hirut, una niña etíope de 14 años que fue secuestrada y violada cuando volvía a su casa tras salir del colegio. El crimen de Hirut, además, fue doble: no sólo fue violada sino que, encima, mató a uno de sus captores para lograr huir. Una vez a disposición policial, la niña se enfrenta a una más que probable pena de muerte y sólo un grupo de abogadas, encabezadas por Meaza Ashenafi, tratarán de hacer justicia y conseguir su absolución.

El director etíope Zeresenay Mehari, en su debut en el largometraje tras su corto Coda, aborda esta historia basada en hechos reales con más compromiso que técnica, aunque sería un disparate reprochar la falta de filigranas estilísticas a una película cuya importancia reside estrictamente en el mensaje. No, Difret no es una delicia para los sentidos como lo era Timbuktu (soy consciente que Etiopía y Mauritania son dos de los países más alejados entre sí dentro del continente africano, no me he vuelto loco con la comparación), pero funciona estupendamente como obra reivindicativa y como testimonio directo de las injusticias que se perpetran contra las mujeres en África y en no-tan-África (es decir, a la vuelta de la esquina).

Difret (2014) de Zeresenay MehariDifret no sólo es una película más que aceptable, es un síntoma de mejora y un atisbo de esperanza. Que los propios cineastas africanos fueran a ser capaces de producir dentro de sus fronteras obras de denuncia social como ésta, en la que se pone en entredicho la moralidad de sus gobiernos, era hasta hace poco impensable. De ahí la comparación con la mauritana Timbuktu. Cerca de 8.500 km separan Nuakchot (capital de Mauritania) de Addis Abeba (capital de Etiopía), más de cinco países se interponen entre ellas (Mali, Nigeria, Burkina Fasso, Chad, Sudán...), pero el espíritu de ambos cines parece compartir la vocación de convertirse en altavoces culturales y resonar con fuerza fuera de sus fronteras para mostrar al mundo la penosa realidad de sus países.

Addis Abeba significa "flor nueva" en amárico. África parece haber encontrado esa flor nueva en las voces de sus cineastas más comprometidos y esta nueva tendencia ha de ser celebrada, sí, pero también, por encima de todo, hay que convertirse en partícipe de ella para que el valor de quienes desafían a los injustos no quede relegado a la oscuridad y la indiferencia.

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