SABOR A SUNDANCE, SABOR A CLÁSICO – 'NEBRASKA', de Alexander Payne

Nebraska (2013) de Alexander PayneNEBRASKA (2013) de Alexander Payne

En un momento en el que esas nuevas “vacas sagradas” de Hollywood salidas de esa industria complementaria que es Sundance (el llamado “Indiewood”) parecen querer distanciarse de sus orígenes (con David O. Russell como ejemplo más clarividente), otro de los grandes talentos de esa generación toma el camino diametralmente opuesto, reencontrándose no sólo con el verdadero espíritu del instituto fundado por Robert Redford a principios de los ochenta, sino también con los mejores avatares del cine clásico de autor: en este sentido, el primerísimo plano, con el logotipo de la Paramount de la vieja escuela, se convierte en una declaración de intenciones.

La sencillez, honestidad y minimalismo de Nebraska destilan un aroma evocador de la literatura de John Steinbeck, aunque su verdadero recorrido semántico se distancie considerablemente de esa épica de la América profunda que tan bien filmaron John Ford o Elia Kazan (en ocasiones adaptando al mismo Steinbeck). De alguna manera, reproduce un espíritu similar al que Peter Bogdanovich bordó en La última película, aún con notables diferencias de premisa y de conclusión. Y todo ello, al mismo tiempo y pese a todo, a través de uno de los (sub)géneros que mejor se ha empapado de la épica paisajística del western cuando así lo ha querido: la road movie. Y en esto último, el cineasta encuentra su mejor aliada en la música de Mark Orton, cuyos acordes folk refuerzan notablemente con esta esencia esas imágenes, en gran panorámico, de esos vacíos paisajes dotados de expresividad. El blanco y negro resulta casi anecdótico después de todo, pues el recurso se mimetiza a la perfección con el relato y sus intenciones.

Como el Plácido de Berlanga con la dichosa letra del motocarro, como Alvin Straight y su demencial viaje en un tractor John Deere de Una historia verdadera, con esa misma insistencia y tenacidad persigue nuestro peculiarmente carismático protagonista su particular fantasía, su particular aferro a la vida (un eficaz y acertadísimo leit motiv del relato... o McGuffin, para quien lo prefiera llamar así), con el que consigue arrastrar a sus seres más queridos a su misión, que acaba siendo la mejor manera estrechar lazos con la familia, con la más cercana, con los auténticos queridos. Porque aquellos que sólo aparecen para pedir cuentas no son los verdaderos seres queridos, y he ahí la primera instancia de desmitificación del imaginario clásico en lo relativo a la "gran familia", siempre unida y cooperativa, como en Las uvas de la ira escritas por Steinbeck y convertidas en cine por Ford.

Nebraska (2013) de Alexander PayneUna postura iconoclasta que aleja por tanto al film del hipertexto clásico con el que tiene tanto en común por otra parte, y que alcanza su máxima expresión al desmontar otro de esos grandes mitos de los dramas “rurales”: la tan manida vuelta a los orígenes, al lugar que vio a uno nacer y crecer... algo no pocas veces sobrevalorado pese a que el cine y la publicidad nos lo quieran pintar maravilloso, cuando puede llegar a ser todo lo contrario. La comitiva que acompaña al quijotesco Woody Grant, y en especial su Sancho Panza particular (un notable Will Forte, que demuestra saberse mover bien fuera de la comedia), se da a cuenta a tiempo sin dejarse llevar por el ponzoñoso fantasma de la nostalgia, y en este sentido la lectura del film se hace bastante unívoca, por mucho que la fabulosa secuencia final pueda inducir a lo opuesto.

Alexander Payne se doctora mostrando su faceta más humanista y se reivindica como gran director de actores: Bruce Dern copa el metraje hablando desde el silencio, June Squibb está espléndida en cuanto salta al primer plano dramático y Stacy Keach (a quien algunos recordaremos como el alcaide de Prison break) encarna al perfecto villano en una historia sin héroes y sin mayor proeza que la supervivencia y la dignidad. El cineasta se apoya en un gran guión de un relativo novato como Bob Nelson para tratar de manera muy hábil y elegante de lidiar la senilidad en particular y la vejez en general, territorios pantanosos con demasiada tendencia a lo meloso y/o tendencioso. Es más, otro aspecto también árido como son los conflictos paterno-filiales aquí están presentes y patentes pero de un modo circunstancial, moderado y ante todo complementario. Porque lo más interesante de “ser un clásico” en nuestros días es precisamente revisar los peores clichés de lo clásico.

Ficha técnica

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