SINFONIA DE LA VIDA (Y LA MUERTE) – ‘EL ATLAS DE LAS NUBES’, de Andy & Lana Wachowski y Tom Tykwer

EL ATLAS DE LAS NUBES – Cloud atlas (2012) de Andy & Lana Wachowski y Tom Tykwer

Hubo un tiempo en el que darse a conocer mediante una película de éxito era garantía de crédito en la industria, puede que Matrix no fuera nada más que un oasis en el desierto de los blockbuster de su época, y puede que la pronta absorción de la cadena de montaje hollywoodiense amarrara (conscientemente) aquella cinta para anticipar una trilogía fatigosa, que al poco, echó por tierra las virtudes sobreexpuestas del primer Matrix. Los hermanos Wachowski experimentaron esa sensación frustrante, de quedarse a medio camino de la meta, de ser víctimas de su propia carrocería industrial y no interceder por la pronta vampirización de una franquicia que, en la mística de la parábola, superaba la autoridad de sus autores.

Igualmente debo de ser de los pocos a los que gustó Speed Racer, una vertiginosa cartoon digital de colores chillones y epilepsia visual que lo mismo, o nadie quiso tomarla en cuenta, o es que estoy demasiado loco como para defenderla. Lo que es aberrante, independientemente de la poquísima credibilidad de los Wachowski como autores, es negar a bote pronto toda posible oportunidad reformista de unos directores eclécticos que saben tomarse las cosas con cierto sentido del humor, y que, bromas sensacionalistas aparte, abusan de los transformismos del género para combinar bloqueos creativos insultantes con nuevas formas de blockbuster patológico.

El atlas de las nubes dice ser una ambiciosa adaptación de la novela del mismo    nombre escrita por el británico David Mitchell, en donde abarcamos diferentes épocas e historias entrelazadas y que sugieren desde el principio una dificultosa traslación cinematográfica. Vamos, el material menos adecuado para que los Wachowski saquen la cabeza del hoyo. Lo teníamos claro, esta no sería una película cualquiera, no es tan cancerígena como para inmolar la simiente de los directores (esta vez ayudados en tareas de dirección por el alemán Tom Tykwer), ni tan locuela o protuberante como lo fue Speed Racer. Ni lo uno ni lo otro, y acosa nuestra conciencia, fluyendo en rara especie de hibrido emocional que, ¡sorpresa! te lleva por donde quiere sin tener huevos a etiquetarla. ¿Y entonces, qué es El atlas de las nubes?: pues una película acelerada dispuesta a no frenar nunca en una deconstrucción irregular de montaje hipersónico, paradigma del agotamiento por imágenes, y que a vista de una caótica primera hora, recoloca las piezas de este gran tráiler audiovisual que no siente respeto alguno por la narrativa convencional. A partir de ahí, el ritmo, lejos de parar, encuentra sentido en la descomposición secuencial y en la narración geométrica de unos Wachowski especializados en estirar la goma del chicle, y en, ante todo, no quebrar la pronta asimetría de las set pieces.

Erasé una vez un montaje espacio-temporal

Con esto tendríamos que alabar las osadas formas del montaje, la principal característica de El atlas de las nubes, puesto que atomiza un metraje de tres horas en un suspiro gracias a la estructura de las historias y la idea del no retorno. Los guionistas de V de vendetta encierran, una y otra vez,  en bucles interpretativos a los actores, dando vida a diversos personajes y disfrazándolos de capas y capas de maquillaje. A veces es ridículo, otras supone una gracia extra por la que fijar nuestra atención, y es que los actores llegan a representar hasta seis papeles por cabeza.

La película jadea por falta de oxígeno en la desigual importancia de las historias, hasta seis relatos que se desarrollan en momentos muy distantes en el tiempo: el siglo XIX, el Flandes de los años treinta, la Inglaterra actual, o el futuro más tecnológico. Las más agraciadas la de la residencia de ancianos, con un agradable y divertido humor típicamente british, y la ambientada en una postapocaliptica Corea. Las demás balbucean itinerantes entre la maravilla y el tedio, acaparando momentos extraordinarios (el dilatado clímax final, la espectacularidad de los efectos visuales, la grandísima banda sonora), y algunos menos consecuentes con el devenir ultra rápido que desean transmitir sus tres directores.

Si llegado el final del viaje no hemos sucumbido, aunque sea de empacho, ante el encanto aleatorio de El atlas de las Nubes, es que carecemos de sangre en las venas, y ojo, que no es porque sea ejemplo de nada, pero deja suficientes impactos en la retina y un sabor agradable de película contrahecha, nacida para las inquinas de los críticos más aburridos. Y en ello me reafirmo para degustarla como se merece, en la hilarante condición de catedral new age y responso fatal de juguete roto.

Ficha técnica

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