LOS MOTIVOS DE DRAPER – Vuelve 'MAD MEN'

El tremendo parón, y consecuente sufrimiento espectatorial, al que Weiner, Lionsgate, AMC y demás partes contratantes nos sometieron durante todo este tiempo, no ha hecho más que incrementar, multiplicar, alimentar ese vilo, esa expectativa creada ante la repentina sucesión de acontecimientos contra todo pronóstico en la recta final de esa excelsa cuarta temporada que nos deleitó en el verano de 2010. Con el efecto sorpresa en el paladar, hemos tenido tiempo de sobra para darle vueltas y vueltas al “¿qué viene ahora?” que caracteriza a cualquier pausa entre temporadas, máxime en una serie con tal atrevimiento (y habilidad) para las largas elipsis entre volúmenes como esta.

La de este nuevo período no ha sido excepción, aunque, naturalmente, no llega a los naturaleza casi de reset que tuvo el salto de la 3ª a la 4ª. Sea como sea, todas las preguntas se encaminaban, se resumían, hacia una única cuestión: los motivos de Draper, qué pretende, qué trama, qué le ha llevado a esa repentina decisión que revolucionó su vida privada y, necesariamente, profesional en la pasada season finale. Si la cuarta hornada nos planteba el interrogante “¿quién es Don Draper?” y nos hizo creer que conoceríamos la respuesta, el arranque de esta temporada, en una doble entrega, casi en forma de largometraje autoconclusivo (y una demostración de su capacidad, no tan evidente, de jugar con los formatos), no hace más que corroborar las más que probables conclusiones finales a aquella pregunta: nunca estaremos por completo dentro del cerebro del otrora llamado Dick Whitman, y es más, de momento, incluso con todo lo que nos ha sido revelado hasta ahora, aún lo conocemos más bien poco.

Enfrentando de la manera más invisible posible la temida crisis de los cuarenta, se muestra más afable y sosegado que nunca, lejos de esa vena férrea y cínica que lo caracterizó siempre. Ahora ya no separa en ningún momento su vida personal y profesional, teniendo a su nuevo objeto de deseo oficial todo el tiempo en la oficina, viviendo, de paso, una segunda juventud sexualmente hablando. Todo ello, por exceso y por defecto, lo aleja de ese instinto tiburonesco que caracteriza las dialécticas del sector masculino de la serie, y en especial el suyo. En la esfera más estrictamente profesional, le toma el sentido, en este aspecto, su otrora archienemigo, Pete Campbell, parece reemplazarlo (incluso en el aspecto más puramente descriptivo, a través de esos viajes en tren que nos recuerdan a los del Draper de la primera temporada) en ese duelo, no tan despejado y definitivamente mucho más espinoso, de las nuevas generaciones, representadas ahora por él (y esperemos que Peggy, muy pronto), contra la vieja guardia (Cooper, Pryce y sobre todo Sterling).

Un duelo en el que Don aparece como termómetro, y esperemos que como mediador aventajado, en un escenario de precariedad e incertidumbre financiera de la compañía, en pleno relanzamiento (otra vez), con una guerra más encarnizada que nunca por las carteras de clientes que nos dará más de una situación intensa. Y aunque aquella aversión mutua entre Draper y Campbell haya mutado sustancialmente en la pasada temporada, y siguiendo la lógica natural, sin retorno, no se sabe muy bien qué dirección tomará el protagonista de la serie en un conflicto que sólo acaba de empezar, y en el que puede saltar todo por los aires, realmente. La guerra sucia de Roger con el joven socio es evidente, poniendo incluso en peligro los intereses de la compañía en aras de su caprichoso ego, y al igualmente ambicioso pero mucho más aduro y asentado Campbell no le queda otra que contraatacar. De momento, lo que nos dejan claro es que Don se ha contagiado del síndrome Sterling, siguiendo sus mismos pasos: con una mujer mucho más joven, proveniente de la convivencia laboral, y distrayéndose más de la cuenta en sus vicios personales dejando el devenir corporativo en manos del talento joven. Roger así lo percibe, y lo juzga, vacila (con mucha mala vena) y también aconseja.

Ojo con Megan: esa cara bonita con ambiciones puede estar escondiendo un personaje muy interesante. Funciona como media naranja de Don en todos los aspectos de la oficina, laborales y extra-laborales, pero tampoco se limita a circundarse a un segundo plano, sino que se muestra proactiva y con ganas de avanzar. Conoce el gran secreto de Draper en mucho menos tiempo del que tardó su anterior señora, lo que complica más aún el interrogante sobre qué pretende aquel. Comprobamos su principio de femme fatale histérica, así como una de las escenas más sensuales de la historia de la serie, a través de un muy logrado y calculado número musical diegético, de esos en los que Mad Men apenas se prodiga, punto culminante de una fiesta más incómoda de lo que parece, y en la que, por otra parte, tanto la ropa, tirando a colorista, como la música, sugieren los principios de la revolución cultural y social llegando a las esferas sociales elevadas, de la que ya se dieron atisbos en los pubs suburbanos que frecuentaba Peggy con sus nuevas amistades (y su actual pareja oficial). No descartemos que inserten este retrato, de momento implícito y circunstancial, en alguna trama episódica, en relación con alguna campaña de turno.

Muchos han echado de menos a la antigua señora de Draper, ausente en el episodio. Pero siguiendo la línea lógica de los acontecimientos, y del desarrollo de los personajes, pongo la mano en el fuego a que el conflicto entre ella y su ex-marido, tras aquella logradísima conversación que cerró la pasada temporada, seguirá teniendo como escenario principal de batalla al personaje revelación, una Sally a la que el salto de edad (medianamente acorde con la correspondiente elipsis) imprimirá con toda seguridad un salto aún más grande en su potencial argumental. Por ahora, poco la hemos visto, ni sabemos realmente en qué punto se encuentra la relación con su nueva “madrastra”. Sinceramente, no hago más que esperar por tramas en esta dirección.

El personaje que ha pegado un giro de 180º ha sido Joan, que finalmente ha tomado la decisión más constructiva. De la noche a la mañana, a ojos del espectador, mudará de profesional eficiente y carismática a madre trabajadora (nueva figura social por aquel entonces que Weiner no se ha resistido en retratar), y prácticamente, madre soltera, ya que su marido sigue en ese absurdo llamado Vietnam. Hemos conocido a su madre, la clásica instancia de mujer y ama de casa que, incluso trabajando, renuncia a cualquier crecimiento profesional a favor de cuidar a sus hijos y llevar una casa (en el otro extremo se encontraría, por tanto, Peggy Olson, con la que la pelirroja ya tuvo algún enfrentamiento en este aspecto, sin llegar al fuego). Una figura en la que Joan se niega a caer, demostrándose, a sí misma y a los demás, que es posible compaginar ambas trayectorias vitales. Lo cierto es que todos la apoyan en la oficina, aunque la parte contratante más “interesada”, Sterling, apenas cruza miradas más allá de un breve saludo (y un retruécano verbal incluido). Evidente, ¿no?

Precisamente esos momentos cómicos, desde el gag y el equívoco más típico de las screwball comedy hasta esos juegos verbales rápidos y (no tan) discretos, más habituales, han aparecido con especial frecuencia a lo largo de esta premiere doble. Porque, como comicidad en segundo plano, en sí, no es del todo novedad, con lances en la pasada temporada al más puro estilo Jacques Tati. Por momentos rozan el humor negro en la línea de la excelsa A dos metros bajo tierra, y este juego cómico, subordinado al relato dramático, explota en un epílogo que roza el absurdo (positivamente hablando), resolución de esa aparentemente inconexa minitrama paralela de las protestas del colectivo afroamericano, cauce por el cual canalizarán ese retrato social transversal que tanto empaque le ha dado siempre a una serie que, en ocasiones, rebasa la perfección.

No considero producente hablar de tronos absolutos en la producción cultural, y menos en un arte tan cambiantes y maleable como el de la ficción seriada. Debemos disfrutar las buenas series (y también las no tan buenas, ¿por qué no?), sin rompernos la cabeza intentado discernir si esta es mejor que la otra, aunque casi siempre lo acabemos haciendo. Mad Men hace tiempo que se ganó un hueco en el Olimpo de las series, y la nueva hornada sólo acaba de empezar y pinta muy bien, manteniendo el nivel, lo que ya es muchísimo.

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