LA HORA DE SIMON – Vuelve ‘MISFITS’

MISFITS - Comienzo de la 3ª temporada

Hace ya más de una semana que aterrizó la tercera temporada de esta sensación punk británica, tras varios meses controvertidos y llenos de incertidumbre por el futuro de la serie tras la salida del que hasta ahora fue su estandarte, el incorregible pero carismático Nathan Young (Robert Sheehan). Un inesperado cambio de planes que puso al conjunto patas para arriba, y que finalmente fue solventado por un mini-episodio online (Vegas baby) que resultó insuficiente a muchos. Y dado el punto en el que nos habíamos quedado el pasado diciembre, con nuestros (anti)héroes perdiendo sus poderes (o taras, como se quiera llamar), o más bien, vendiéndoselos al “diablo”, y adquiriendo unos nuevos sin verdaderamente tener ni la más mínima pista de qué tipo, el escepticismo sobre el devenir del relato estaba en su punto álgido.

Ese cambio radical en la planificación provocó que todos los focos se centrasen en el individuo que cubriría ese vacío. Y así parecían pensalo también los guionistas en la season premiere, pues poca cosa dejaron clara sobre los nuevos poderes, o más bien, si iban a servir realmente de algo, ni tampoco sobre qué tenían pensado hacer de su vida este grupo de amigos (casi) a la fuerza, ahora que, en principio, se les había acabado el servicio comunitario, su único objetivo vital aparente, aunque forzado e impuesto. Así pues, ese primer episodio se configuró como una especie de prólogo, de capítulo cero, dedicado a la introducción del “nuevo”, que bien podrían haber aprovechado para darle más cancha al adiós de uno de los personajes más carismáticos (e histriónicos) de la televisión reciente. Algo que queda despachado con una escueta mención a los eventos vistos en Vegas baby, lo que a la vez propició, todo sea dicho, un logrado juego metalingüístico.

Por ende, con esa voluntad inicial de posicionar a Rudy (así es como se llama “el nuevo”) en primerísima línea de acción, la inevitable comparativa con su predecesor, con el que comparte al menos la faceta de ganso redomado, se encendió hasta sus topes. Máxime cuando su poder/tara implicaba una duplicidad que volvió excesiva su presencia, que, recordemos, era introductoria. Aunque en realidad, el verdadero interrogante consistía en saber si éste ocuparía automáticamente ese puesto de liderazgo de facto que Nathan, pese a su impertinencia cíclica, se ganó a pulso. Pues bien, incluso si tuviésemos al de rizos en el mapa, la evolución lógica de la serie, que ya ha visitado, en cierto modo, una parte de su propio futuro, tendía, de cualquier manera, a un cambio en la cabeza, con Simon como nuevo misfit al frente, y eso es algo que ni Rudy ni nadie podría cambiar, y aquí los guionistas no se van por las ramas.

Al fin y al cabo, Rudy reemplaza a Nathan en la funciones a las que aquel iba a quedar progresivamente resignado, a regañadientes o no, que básicamente se reducen a la (paradójica) necesidad de esa actitud payasa que mantiene la cohesión del grupo, ahora con el añadido de un acento cockney cerrado, en competencia directa con Kelly. Pero de momento, falla, o se mantiene en espera, la otra parte, la “escalada” de Simon hacia el indiscutible liderazgo (dentro del espíritu general de insubordinación y rebeldía en el grupo), que tras dos capítulos, no se ha explorado en absoluto. Menos mal que se agradecen esos pequeños avances al final de cada episodio, que nos prometen tratar esta cuestión en la próxima entrega.

En cuanto al otro gran aspecto, el del destino terrenal del grupo una vez liberados del servicio, era de esperar, como serie de adolescentes (aunque no hayan pisado hasta ahora el terreno académico para nada, lo que deberían hacer tarde o temprano), y como capítulo a modo de prólogo de temporada que fue la season premiere, se pulsase el reset y se volviese a embutir al quinteto en los ya míticos monos naranjas, signo inconfudible y sine qua non de esta ficción. Queda claro, entonces, que el subtexto de redención social, de realmente haberlo, está supeditado a un nivel remotamente secundario, siendo el trabajo comunitario el soporte, el escenario de las (des)venturas en el que se mueven, sin demasiado rumbo, estos individuos marginales “realzados”, sórdido reverso del superhéroe mesiánico del cómic estadounidense, con unos poderes que muchas veces funcionan más como una maldición que otra cosa.

En definitiva, una ordenación narrativa cíclica ya asumida en una temporada que, a diferencia de las dos anteriores, se presenta sin una constante hacia adelante, sin un punto de fuga aparente (algo en parte admisible en series de hornadas cortas, como la gran mayoría de las británicas), que puede suponer un ocasión para sorprender por derroteros inesperados o también un riesgo de entrar en una eterna espiral de reiteración y agotamiento. De momento, la esfera de las relaciones aparece desprovista de ese gran jugo que dio a la narración durante los dos primeros años, con Simon y Alisha de pareja bien asentada, Kelly muy a la deriva sin Nathan y Curtis y Curtis sumido en una “bisexualidad” (debido a su nuevo y peculiar poder) que funcionará más como un recurso narrativo y humorístico que como un auténtico trabajo de personaje. El único aliciente ahora mismo se halla en el efímero pasado sexual de Rudy y Alisha, que acabará interfiriendo sí o sí en “la pareja” y probablemente en la evolución del esperado líder.

Aunque esta temporada cuente con un capítulo más que la anterior (un total de ocho), no debe demorarse más en ir directamente al grano, en arrancar de verdad. La hora de Simon no puede esperar.

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