PROBLEMAS DE LA INTERACCIÓN VIRTUAL EN EL CINE INDEPENDIENTE EUROPEO

EL MAL KARMA DE SUICIDE ROOM

Por Gonzalo Suárez

Cuando el Jan Komasa acudió al Marché du Film de Cannes en 2010 con Suicide Room bajo el brazo, se topó con una dificultad inesperada: ese año se presentaron en La Croisette nada menos que tres producciones que trataban la realidad virtual. El director polaco reconoce que había disfrutado de una producción envidiable: su productor Jerzy Kapuściński confió en él desde el principio y le concedió libertad de acción y medios. Sin embargo, el karma quiso que pagara pronto su buena suerte y los compradores de Cannes que optaron por obras que abordaran estos nuevos asuntos de actualidad prefirieron (como es lógico, por otra parte) apostar por cintas acabadas completamente y seleccionadas ese año:

La primera, R U There, es el estupendo título del tercer largometraje del neerlandés David Verbeek. La película, seleccionada en Un Certain Regard, está protagonizada por Jitze, un jugador profesional de videojuegos de 20 años de edad que viaja a través del mundo para competir en torneos. Durante una escala en Taipei, es testigo de un accidente real, parecido a los que vive diariamente en sus videojuegos, que le hará ser consciente de su propia mortalidad y sacudirá su universo de forma violenta. A continuación, conoce en el bar del hotel donde se aloja su equipo de gamers a una joven taiwanesa, al mismo tiempo masajista, acompañante y vendedora de nueces de areca que le intriga. Jitze intenta acercarse a ella pero sólo lo conseguirá a través del mundo virtual de Second Life que comparten.

Chatroom es, a su vez, la adaptación cinematográfica de la obra de teatro de Enda Walsh, en competición oficial en Cannes. La cinta (en lengua inglesa) cuenta la historia del chat privado de William y otros cuatro usuarios. El director japonés Hideo Nakata llevó a cabo una original puesta en escena en la que recreó los chats a través de habitaciones que dan a un mismo pasillo, como puede apreciarse en este tráiler.


L’autre monde, por último, es un thriller de Gilles Marchand, presentado fuera de competición en Cannes. Su argumento (para no alargar este texto) puede apreciarse, a grandes rasgos, en este otro tráiler. Como puede verse, la inclusión del mundo virtual funciona como apoyo para el desarrollo de una trama que nace, se desarrolla y acaba en el mundo real.


Queda claro, pues, que la competencia que tenía en el Mercado del Cine Suicide Room era feroz. De hecho, la cinta no consiguió agente de ventas hasta su presentación en la sección Panorama de la Berlinale, el pasado mes de febrero. Luego, consiguió vender más de 800.000 entradas en Polonia, donde ha ganado varios premios, y sus derechos ya se han vendido a territorios importantes como Estados Unidos.

Su propuesta es, probablemente, la más seria de las cuatro películas que nos ocupan. Dominik tiene todo en la vida: dinero, belleza, amigos, novia y aptitudes para acabar la escuela con una de las mejores notas. Sin embargo, una serie de acontecimientos humillantes lo precipitarán a un abismo en el que su único consuelo es Sylwia, una internauta suicida que lo introduce en la comunidad online de Suicide Room.

Como vemos, la idea del suicidio aparece nuevamente (Chatroom y L’autre monde). Sin embargo, la cosa no se queda ahí. En la cinta de Jan Komasa figuran secuencias de webcam muy parecidas a las grabaciones de cámara en L’autre monde. La pose de los personajes protagonistas femeninos de ambas películas también parece calcada: maquillaje, aires de femme fatale, etc. El chat de Suicide Room, por otra parte, recuerda muchísimo a Second Life y la gestión de las intervenciones escritas es similar a la de R U There. Estas y otras similitudes entre las cuatro producciones no son producto de ningún plagio; la originalidad puede no existir realmente a nivel absoluto sin que por ello comprometa la originalidad que existe en la mente de un creador concreto; dos o más personas pueden descubrir o crear algo al mismo tiempo siguiendo caminos diferentes, fruto de una “sensibilidad común”, como explicó Komasa, en torno a un mismo asunto de actualidad, que también entra con fuerza en el panorama cinematográfico actual.

Gilles Marchand afirmó en Cannes que el mundo virtual ya forma parte de nuestras vidas y que ha supuesto una revolución similar a la del teléfono. “¿Qué thriller actual no se apoya en las conversaciones telefónicas para su desarrollo?”, bromeó. Luego habló de la serie 24 (bien podría haber hablado también de L’autre monde).

La comparación del teléfono con la interacción virtual es interesante y pertinente. La inclusión del teléfono fijo como extensión del plano físico en el cine no requería, en principio, mucho más que un “monólogo” bien trabajado. Posteriormente, se hizo habitual el uso de la falsa voz en off a modo de segundo interlocutor: el monólogo se convertía en diálogo. A este respecto, el mejor ejemplo de las posibilidades que ofrece un teléfono en el cine las ofreció posiblemente Rodrigo Cortés en Buried.

La comunicación online en tiempo real, sin embargo, requiere un artificio más elaborado. ¿Cómo mantener la tensión en la pantalla durante una conversación a través de mensajería electrónica? Compárense, sin ir más lejos, las escenas de Closer que reúnen a Jude Law y Clive Owen en el chat y las que lo hacen cara a cara. No hay color. En este sentido, resultan interesantes las puestas en escena teatral y cinematográfica de Chatroom, reuniendo a los usuarios en un mismo espacio físico irreal, al servicio del desarrollo dramático.

Los avances tecnológicos han puesto a nuestra disposición (y a disposición de los cineastas) una serie mucho más amplia de medios tanto para comunicarnos en la vida real-virtual como para abordar las posibilidades que estos ofrecen. Así nacieron las cuatro películas que se reunieron en Cannes en mayo de 2010 (ninguna de las cuales, por cierto, tiene fecha de estreno en España, aunque es de esperar que por lo menos Chatroom llegue). Sin embargo, es triste que las plumas que concibieron esas historias tomaran sistemáticamente los peligros inherentes a la interactividad a través de Internet, como quien solo ve la parte mala en un cambio inexorable, tal vez porque no termina de entenderlo del todo.

Cada autor tiene su razón para verse exonerado de esta crítica, en mi opinión, muy necesaria: el dramaturgo Enda Walsh se salva por emplear el chat más como medio que como fin en su historia; ídem para Gilles Marchand y su Black Hole; Jan Komasa, por otorgar mayor complejidad a la interactividad online, mejor comprendida y reflejada quizá debido a su juventud (no ha cumplido los 30); etc.

En cualquier caso, los creadores no deben poner sistemáticamente los nuevos motivos cinematográficos al servicio de una tendencia actual hacia el horror, hacia el tormento y hacia un agotador paroxismo dramático, que solo aleja a posibles espectadores en favor de comedias banales, producciones de Hollywood sin ninguna creatividad artística y otras especies en boga.

Que quede claro: Internet no es un accesorio del diablo ¡y no todos los que ya no sabemos vivir sin él soñamos con morir!

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