EL NOMBRE COMO HISTORIA COMPRIMIDA – ‘THE SWEETEST SOUND’, de Alan Berliner

¿Qué dice nuestro nombre sobre nosotros, sobre nuestra identidad? ¿De qué modo o en qué medida influye(n) esa(s) palabra(s) en nuestras vidas, en nuestros destinos? En primera instancia se me ocurre, por ejemplo, que el nombre podría condicionar más a una persona llamada Hermelinda o Eufrasio que a otra llamada María del Carmen o Antonio[i]. Por otra parte, siempre he sido de los que piensan que el nombre de un bebé dice mucho más sobre sus padres que sobre él mismo. También en este caso se me ocurren unas cuantas cosas más acerca de los padres de Hermelinda y Eufrasio que de los de María del Carmen y Antonio.

¿Qué dice mi nombre sobre mí? Eloy procede del latín, Elegius, y significa “el elegido”. ¿Elegido para qué? ¿Elegido por quién? ¿He sido ya elegido o todavía me tienen que elegir? Cuando me tropiezo con un devoto de la ciencia ficción en contadas ocasiones se le pasa por alto que Eloi es el nombre de la bella y hedonista raza de la novela La máquina del tiempo, de H. G. Wells. Además, San Eloy fue un reputado orfebre francés del siglo VII y el tocayo más famoso que me viene en mente es Eloy de la Iglesia, mítico director de La estanquera de Vallecas, Colegas o El Pico. Por lo tanto, el nombre Eloy está asociado, de un modo u otro, a ser el elegido, a belleza, hedonismo, oro o cine… Pensándolo bien, me encanta mi nombre. De hecho, creo que voy a comenzar a replantearme la expresión latina nomen est omen: el nombre es el destino.

La cuestión se torna tanto más compleja como reveladora cuando los apellidos entran en juego. No despertarán las mismas inquietudes apellidos como García, González, Rodríguez, Fernández o López que Chamorro, Lechuga, Bustillos o Colagrande. Y por si esto fuese poco, la cosa se complica todavía más cuando añadimos el segundo apellido. Así, a pesar de ciertos puntos en común, no es lo mismo García Lorca que García Márquez, ni Rodríguez de la Fuente que Rodríguez Zapatero, González Iñárritu y González Sinde o Fernández Toxo y Fernández de la Vega. Pero… ¿yo no venía a hablar de una película?

Releo la extensa introducción de este artículo e inmediatamente tomo consciencia de que, al recoger el guante que Alan Berliner arroja en The sweetest sound (2001), yo solito me he enmarañado en un enigma que plantea una fuente inagotable de bifurcaciones en cada una de las sendas que intento rastrear. Tal vez la imposibilidad de resolver el misterio que envuelve cada nombre propio reside en que este es un elemento connatural al ser humano y, en consecuencia, a la vida. No se puede separar un nombre de una vida ni a una vida de un nombre. No en vano, el propio cineasta asegura que “un nombre es una historia comprimida, una serie de códigos que nos atan a un tiempo y a un lugar”[ii] .

El modelo de historia personal que adquiere una trascendencia universal se lleva al paroxismo en el cine de Berliner a través de una filmografía que, paulatina y progresivamente, ha seguido un coherente itinerario introspectivo hacia la identidad del autor. Tras una fase inicial de experimentación en la que aplica al cine las técnicas del collage y de la que nace el proyecto Four Short Films (1980-1985), el cineasta neoyorkino debuta en el largometraje con The family album (1986), un insólito retrato de la familia americana articulado a través de filmaciones domésticas rodadas entre las décadas de los 20 y los 50. De este modo, el autor difumina la barrera entre la naturaleza íntima y privada de la grabación familiar y la exhibición pública del documento cinematográfico, un concepto que irá evolucionando a lo largo de toda su carrera.

En su siguiente film, Intimate Stranger (1991), Berliner profundiza en su indagación sobre la identidad personal, familiar y cultural a través de la biografía de su abuelo materno, Joseph Cassuto, para la que recoge tanto testimonios de sus familiares (comenzando por su propia madre) como de los de colegas de profesión de su enigmático abuelo. El propio Berliner reflexiona en sus diarios de trabajo acerca de las implicaciones morales que supone la intromisión en una problemática tan íntima y privada como los secretos familiares, cuestionándose la legitimidad de su empresa: “¿Quién soy yo para proclamarme dueño de la ‘propiedad familiar’? ¿Quién soy yo para hacer pública información familiar, para explorar o desvelar mitología familiar olvidada, escondida u oscura?”[iii]

Alan Berliner y su padre Oscar, en una imagen promocional de 'Nobody's Business' (1996)

Sin embargo, el cineasta da un paso firme y definitivo en la exploración de su árbol genealógico focalizando el discurso de su siguiente película, Nobody’s Business (1996), sobre su propio padre. El film está estructurado en base a una reveladora conversación entre padre e hijo que conforma prácticamente toda la banda sonora de la obra. De este modo, si bien la intervención del propio Berliner como personaje en Intimate Stranger era discreta y observacional, en el caso de Nobody’s Business se introduce directamente en la acción del film de un modo autoconsciente, como elemento catalizador de la narración de su padre, y como réplica y contrapunto a esta.

El gran éxito del que gozó es resultado, en gran parte, de la extraordinaria intensidad dramática del pulso que padre e hijo mantienen a lo largo de todo el film. Esta disputa llega incluso a situar la misma película que se está rodando como tema de discusión, tal y como señala Efrén Cuevas: “el obstinado escepticismo del padre hacia la validez del propio filme provoca en el hijo una respuesta aún más decidida para demostrarle que su vida sí tiene importancia, que está en un error cuando argumenta que su historia no le interesa a nadie, que es ‘nobody’s business’. De este modo, a través de una discusión de carácter familiar, Berliner construye un argumento público a favor de las historias de las gentes ordinarias, un auténtico manifiesto reivindicativo de la historia común de las gentes de su país”[iv]. Por lo tanto, si el testigo del protagonismo de sus tres obras precedentes se había ido pasando de la familia como núcleo al abuelo, y de este al padre, resulta congruente que el siguiente en recibirlo fuese el hijo: es decir, el propio Alan Berliner.

Sin embargo, la concepción inicial del proyecto de The sweetest sound no contemplaba (o al menos no de un modo consciente) el determinante peso autobiográfico de la cinta: “Pensé (ingenuamente) que yo iba a hacer ‘la película definitiva’ sobre los nombres y comencé con esa idea (…) Me llevó un tiempo, pero me di cuenta de que estaba buscando algo que no podía encontrar, intentando resolver un problema que no iba a resolver (…) Mi decepción con las primeras versiones de la película me recordaba lo lejos que estaba de mi enfoque habitual para desvelar un tema. Seguía buscando hacia el interior. Finalmente me empujó a aceptar que para que funcionara realmente la película tenía que tratar de un solo nombre, el mío. Que sólo partiendo de lo personal sería capaz de encontrar un camino hacia algo mayor”[iv].

De este modo, lo que había comenzado como una investigación en torno a los nombre estadounidenses (de ahí las secuencias iniciales en la reunión anual de Jim Smith Society o en la convención nacional de L.I.N.D.A) había acabado transformándose en una investigación sobre el nombre Alan Berliner, para, desde ahí, reiniciar una nueva indagación sobre los nombres estadounidenses.

Así, tal y como explica Efrén Cuevas, el neoyorkino “investiga el origen etimológico de su apellido, la vigencia social del nombre Alan, las razones de sus padres y de su hermana para llamar a sus hijos como lo han hecho, la percepción social de ese nombre en la actualidad, y el modo en que los propios Alan Berliner se perciben a sí mismos”[iv]. Esta doble búsqueda o confrontación entre el estatus de nombre propio y un nombre en concreto otorga a todo el film una estructura muy flexible, que va moviéndose continuamente del interior al exterior, entrelazando las reflexiones sobre el nombre del propio autor con consideraciones acerca los nombres de sus compatriotas.

Reunión de los trece Alan Berliner en 'The sweetest sound'

Otra dualidad presente en el film es la que Berliner llama “las dos vidas de un nombre” (basada en la tradición, simbología y carácter hereditario y ancestral que los nombres propios tienen en el judaísmo), según la cual cada nombre asume dos roles diferentes según si el poseedor del mismo está vivo o ya ha fallecido. De este modo, por primera vez en su filmografía, Alan Berliner se dirige al espectador en primera persona, tanto situándose frente a la cámara como un personaje activo como articulando la narración a través de su voz en off. El cineasta define su propia implicación en The sweetest sound en los siguientes términos: “por primera vez soy el pez, el pescador y el cocinero. El tema principal, el protagonista y el autor”[ii].

Sin duda, el punto culminante de la participación del director en su propia película es el momento en que reúne en torno a una mesa redonda a trece Alan Berliners (él incluido) procedentes de diferentes partes del mundo. La obsesiva búsqueda de todos sus tocayos le llevó a enviar más de ochocientas cartas firmadas de puño y letra a otras tantas familias Berliner. A través de estas cartas logró contactar con tres Alan Berliner. Los otros nueve los encontró, por supuesto, a través de la red de redes.

El propio cineasta admite la importancia capital que Internet tuvo en la elaboración de un film de estas características, llegando a afirmar que habría sido imposible sacar este proyecto adelante sin esta nueva tecnología. De hecho, a lo largo de toda la película podemos ver varios insertos de páginas web, así como imágenes obtenidas directamente desde su ordenador. Como colofón, el propio Berliner bromea al asegurar que tal vez la mayor ventaja que tiene sobre sus tocayos es que él es el único que posee el registro www.alanberliner.com. De este modo, en The Sweetest Sound el realizador incorpora Internet a la vasta y heterogénea fuente de recursos audiovisuales de la que se había servido a lo largo de toda su filmografía, en la que se incluyen desde entrevistas de busto parlante hasta fotografías y filmaciones domésticas, pasando por imágenes de archivo genéricas o grabaciones ad hoc.

Como señalábamos con anterioridad, esta película es la primera en la que Berliner se sirve de su propia voz en off para articular la narración del film, creando un discurso que lo sitúa al mismo tiempo como constructor y protagonista del relato. “Sin embargo, el tono distendido y a menudo lúdico (e incluso jocoso) que impregna su narración suaviza y matiza una trascendencia que podría resultar vanidosa o narcisista, sin por ello renunciar a una meditación introspectiva, reflexiva y bien elaborada“: “proporcionando al espectador una ventana a mi intimidad –e introduciendo humor en ese proceso– relajo a la audiencia y (eso espero) les animo a profundizar con más franqueza en las dimensiones más profundas (y en ocasiones más oscuras) de la película”[iv].

Si has llegado hasta aquí en tu lectura, tengo la esperanza de que tal vez en alguno de los párrafos que preceden a este hayas reflexionado de algún modo acerca de tu propio nombre. Créeme, puede ser toda una experiencia. Pero, de todos modos, finalizaré este texto devolviendo la palabra al artífice de este cautivador, obsesivo y delirante monumento a los nombre propios, Alan Berliner: “puedo decir con certeza que todo el mundo tiene una historia del nombre, una visión particular de cómo su nombre encaja con él o no, cómo lo ha cambiado o le gustaría hacerlo, cómo (para bien o para mal) ha modelado una parte de su identidad”[ii]. ¿Cuál es tu historia?

[i] Según el Instituto Nacional de Estadística, María del Carmen y Antonio eran, respectivamente, los nombres femenino y masculino más presentes en España en 2009, seguidos de María, Carmen, Josefa e Isabel en el caso de las mujeres y José, Manuel, Franciso y Juan en el de los hombres. Sin embargo, los nombres más frecuentes en los bebés nacidos el pasado año fueron Daniel y Lucía. Por cierto, hasta cuatrocientos cuarenta chiquillos fueron llamados Kevin… Podéis consultar todo lo referente en cuanto la distribución demográfica de los nombres en este link.

[ii] Entrevista realizada por Jason Silverman publicada en el catálogo del Festival de Cine de Berlín 2001.

[iii] ‘Journal Entry Excerpt’, Intimate Stranger.

[iv] CUEVAS, Efrén y MUGUIRO, Carlos: El hombre sin la cámara. El cine de Alan Berliner. Ediciones Internacionales Universitarias. Madrid, 2002.

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