LA HORA DE LAS CHICAS - DOMINGOS EN SERIE

DOMINGOS EN SERIE - 19/09/2010

En una semana donde estrenos, regresos, así como otras noticias sorprendentes y esperanzadores copan nuestro tiempo y atención, tuvimos que sacar tiempo de debajo de las piedras para poder ofreceros las reseñas semanales de las series que llevamos siguiendo desde el verano. Por primera vez en esta sección, una de las entregas contendrá una única serie. Y esa no es otra que la referencia del momento, Mad Men (Boardwalk Empire acaba de empezar y por Breaking Bad habrá que esperar mucho). El comentario de su último episodio me ha quedado un poco más largo de lo habitual, por lo que me he visto obligado a ponerlo en una entrada por sí solo, para así facilitar la lectura. Pero tranquilos los fans de Rubicon y Weeds: mañana tendréis lo que os corresponde. Dentro crítica.


Mad Men
4x09: The Beautiful Girls

Definitivamente, la segunda mitad de esta excelente temporada (de la que no exageraría si dijese que puede ser la mejor de la serie) está centrada en los dramas más íntimos y personales, por contraposición a las tramas de índole profesional que dominaban los primeros episodios. Y el título del que nos ocupa no lleva al engaño en ningún momento: todos y cada uno de los personajes femeninos (entendido como los personajes medianamente relevantes) tienen su fragmento de protagonismo, conformando un mosaico en el que se diluyen las tramas de los hombres.


Todas estas mujeres, caracterizadas, a su modo, por una singular belleza, a excepción de aquella que marca el punto de inflexión del episodio con su macabra “intervención”, ofreciéndonos de paso el momento más rematadamente humorístico de toda Mad Men. La menos agraciada de las mujeres, la avinagrada y cascarrabias Miss Blankenship, veterana secretaria de Don, se va al otro barrio en su misma mesa. La consternación entre los empleados se hace notar, su frialdad y frivolidad también tiene un límite. Lo mejor de todo es que sucede en pleno transcurso de una importante presentación. Con el mayor sigilo posible, envuelven el cadáver en una lujosa alfombra de Crane (para su indignación) y se la llevan con cuidado, mientras los clientes de turno siguen a lo suyo en una presentación continuamente interrumpida. Ese humor tan macabro se desarrolla tan hábilmente en el segundo plano que nos llega a recordar a los mejores gags del maestro Jacques Tati. Pese a que vemos varios pucheros entre las secretarias, el más afectado sin duda es Cooper, también cercano al umbral de la vida: cuando las barbas de tu vecino veas cortar...

Pero la teoría del caos se hace todavía más compleja, ya que al mismo tiempo, la pequeña Sally llega inesperadamente a las oficinas de SCDP , acompañada por un anciana desconocida que la cogió escondida en el tren, viajando sola y sin billete. Necesita ver a su padre, cada vez más desencantada con su situación familiar actual (¿habrán estando viendo los guionistas La gran familia o algún otro españolada clásica por el estilo?). Ya habíamos dicho que Sally iba a ser el más peliagudo escenario de confrontación entre los Draper. Don ya no sabe cómo hacer para encargarse de la presentación, la niña y encima lo de la difunta.

En esta cuestión entra en escena Faye. Resuelta ya la tensión sexual, en el sentido estricto del término, durante los primeros compases del episodio, ahora Don toma con respecto a ella una determinación que afectará firmemente a su recentísima relación. Draper se acelera más que nunca, pero no en el sentido más evidente, sino con respecto al momento en el que le pide que se encargue de su hija mientras se arregla todo. Las dos hacen muy buenas migas, pese a la reticencia inicial de la psicóloga, que reconoce su gran inexperiencia en el ámbito infantil. El solitario de Don se ha atrevido, de un instante a otro, a experimentar un prototipo de nueva familia con su hija incomprendida y problemática y la mujer que de verdad le gusta.

Pese a que se trate de una decisión repentina y poco meditada, tomada en frío, a nuestro protagonista parece que le complace la idea. Incluso se lo reconoce a su niña, cuando ésta le pregunta acerca de Faye como hacía cada vez que conocía al ligue de turno de su mujeriego papá. La diferencia es que, en el resto de las ocasiones, las únicas respuestas posibles eran el silencio o una desentendida negación. El tiempo que padre e hija consumen en esta ocasión, accidental e improvisada, les sirve a ambos para conocerse mejor y acercarse más, creando una confianza mutua anteriormente inimaginable. Hasta podemos observar en Sally atisbos de un incipiente madurez, cuando, ni corta ni perezosa, prepara el desayuno para ambos.

Volviendo a Faye, lo cierto es que, aunque ha salido bien parada de la experiencia, ella tiene todavía más miedo y escepticismo que Don en cuanto a las relaciones de pareja y, sobre todo, los niños y la familia. Por ello, le pide a Don que contenga sus pretensiones, que vaya más despacio en una relación que aspira a seria y estable. ¿Quién podría imaginar que se diese esta situación hace tan sólo algunos episodios? Por último, no podría faltar la confrontación cara a cara con Betty, pese a que tenga lugar únicamente al final y de una manera más fría y contenida de lo que se podría esperar. Ambos poseen emociones sumamente crispadas hacia el otro, y desearían tirarse los trastos a la cabeza y decirse de todo. Así lo hacen primero por teléfono, con la niña escuchándolo todo, donde por cierto, se advierte un notable e imprevisible pasotismo e irresponsabilidad de Betty cuando decide dedicarse a lo suyo dejarle a su ex el marrón. Pero en el lugar de trabajo, hay que guardar las apariencias. El resentimiento mutuo queda perfectamente patente en un gélido, acusador y rencoroso cruce de miradas. Si hay una virtud que Betty ha aprendido después de tantos años a la sombra de Don, esa no es otro que la discreción.

En cuanto a Joan, se agradece que por fin, durante esta temporada, estemos viendo su lado más humano, más débil, lejos de esa mandona frívola y manipuladora que contorneaba sus caderas en los pasillos de Sterling Cooper para marcar su territorio. La angustia por la marcha de su marido a Vietnam es cada vez más latente, hasta el punto de que el siempre cínico y egocéntrico Sterling se da cuenta. Obviamente, ninguno puede olvidar la relación que ambos mantuvieron tanto tiempo en la sombra, y que parecía haberse disipado para siempre. Pero Roger, cuya única ocupación parace ser la redacción de sus memorias y su venta al mejor postor, decide tener un detalle con su tentación pelirroja, para alegrarle un poco ese mal momento, y se la lleva a cenar.

Para nuestra sorpresa, después de la velada, un individuo les asalta y se lleva sus pertenencias más valiosas: no estamos en ese mundo ideal que la publicidad nos pinta y nos vende. La cuestión es que se lleva el anillo de boda de Joan, el señuelo del hombre que se fue a la guerra y que la tiene en vilo día y noche. Más debilitada que nunca, necesitada de protección y cariño, se lanza con decisión a los brazos de Sterling a la luz de la noche, en plena calle. La mañana siguiente, la réplica de una Joannie, algo más calmada, ante el “I'm sorry” de Roger, lo dice todo: “I'm not sorry, but I'm married”. Sin duda, dos personajes que siempre han permanecido en un segundo plano, pero sin los cuales esta serie no sería la misma.
Por último está Peggy. Oh, Peggy, qué más podremos decir de ella. Regresa el personaje de Joyce, su amiga, la fotógrafa liberal y comprometida. Pese a que esos guiños a la bisexualidad de Miss Olson dejen trastocado al macarra de Rizzo, los tiros van por otra parte, si bien, se trata de un aspecto que sería interesante abordar en entregas venideras. Realmente quien importa para esta subtrama es Abe Drexler, amigo de Joyce también introducido en The rejected, donde aprovechó para acercar posiciones con Peggy. Como buen activista y militante, le insiste para que intente vetar la cuenta que SCDP intenta llevarse en este capítulo, Fillmore, una casa de recambios sureña que en sus políticas de empresa prohíbe, bajo cualquier término, la contratación de afroamericanos.

Al margen de la habitual clase de historia y sociedad, esta vez bajo un referente más difuso, está el hecho de que Peggy es la imagen del cambio social y cultural dentro de la serie. Aunque inicialmente reticente a obedecer a su conciencia y seguir el consejo de Abe, en una reunión creativa lo deja caer, con un calculado tacto, a lo que Don le responde que eso no les debe incumbir. En otras palabras, le sugiere, con toda naturalidad y serenidad, aceptar sin más el hecho de que la industria publicitaria es inmoral, escapista y mercenaria per se, y que no tendria razón de ser si fuese de otra manera. Así es la vida en Madison Avenue.

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