CUANDO LA ÉPICA ESTÁ EN LA MÚSICA – ‘LOS MISERABLES’, de Tom Hooper

LOS MISERABLES – Les misérables (2012) de Tom Hooper

En el instituto teníamos un profesor de literatura que solía tener cambios de carácter brusquísimos, una cosa horrible, en un momento parecía calmado y atento y al poco derivaba en una extraña cólera de fuego e ira. No recuerdo su nombre, pero nunca lo he olvidado, ni a él, ni a las tizas ninjas que lanzaba de imprevisto a los de la última fila, mucho más pendientes de mirar por la ventana el vuelo rapaz de una paloma que de escuchar las obras y gracias de Gustavo Adolfo Bécquer. Entre los diversos recuerdos tengo grabado el día que vino de buenas y le dio por hablarnos del maravilloso poder del cine. El iracundo profe de literatura amaba la capacidad de cercanía que el cine mediante los primeros planos tenía con respecto al espectador, algo que el teatro jamás podía reproducir, entrampado por esa incómoda distancia entre los actores y el patio de butacas. El primer plano nos ayudaba a tocar, sentir de tú a tú los labios de Ingrid Bergman o el bigote de Clark Gable. Ese hombre (vamos, ni Garci era tan pasional) defendía a capa y espada la magia del cine frente a la obsolescencia del teatro (muchos eruditos se rasgarían las vestiduras ante tal atrevimiento pedagógico). Ahora al ver la arriesgadísima traslación al cine que ha hecho el oscarizado Tom Hooper del musical Los miserables he tenido la sensación de rememorar unas sabias palabras que ayudan al ensalzamiento total y defensa absoluta de una película introspectiva, donde la música es la épica y la inexistencia del plano abierto aferra la literalidad del texto al mudo silencio de los rostros y la sinceridad del primer plano a la corporeidad de un cine teatralizado.

¿Qué es lo que ha hecho Hooper? Pues apostar en términos inclasificables por el drama cantado, y no errar en intentar convertir la extraordinaria partitura de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil en una forzada musicalidad estilística de planos majestuosos o escenas coreografiadas para el simple anonadamiento del Cinemascope. Un error común a otros musicales espectaculares pero vacíos, que preocupados por el brío decorativo y el oropel de trazo fino olvidan la descriptiva fisicidad del actor desnudo, solo frente a la asfixiante claustrofobia de un objetivo cerrado sobre nosotros.

La verdad, no lo entiendo: criticamos la acomodada postura que tienen la mayoría de los directores actuales, algunos, en el mejor de los casos, impresionados por las expectativas, y en el peor, cumpliendo con encargos faltos de personalidad y resueltos con desganada facilidad. Injusto que Hooper tenga que soportar el sambenito (por eso que ya saben de robarle un Oscar a David Fincher) de realizador mediocre y televisivo. Abusador del travelling picado y de los objetivos deformantes del ojo de pez, el director de El discurso del rey aboga aquí por unos primerísimos planos que juegan al pantallazo inmediato de un Hooper con dedicación plena al trabajo de los actores y que no agacha la cabeza a la hora de aumentar esa supuesta afición al feísmo del encuadre, aunque con ello maximice la consabida reacción de sus detractores.

La naturalidad del drama cantado recuerda al efectismo de aquellos maravillosos musicales de Jacques Demy, o si damos un paso más allá, al barroquismo de la recuperable El hombre de La Mancha o al indisciplinado delirio de la Corazonada de Francis Ford Coppola. En cualquier caso estas comparativas sólo vienen a decir que por fortuna Hooper no ha parido una limpita El fantasma de la ópera versión (filogay) Joel Schumacher, sino un decolorado y tenebrista melodrama donde los actores dan el máximo de sus posibilidades llegando a supurar e interiorizar cada una de las caracterizaciones de una manera sorprendente.

Anne Hathaway entonando el I dreamed a dream, poniendo los pelos como escarpias (“dadme mi Oscar que me lo llevo puesto”), Hugh Jackman naciendo para ser Jean Valjean, y Russell Crowe encarnando a un melancólico Javert (cantándole a las estrellas con Notre Dame al fondo), transcriben la esencia cercana al reparto perfecto, intimando en las distancias cortas con su público. Esta proximidad capta mejor que bien la convulsión social del contexto de la obra de Victor Hugo y pese a que Danny Cohen pinta París de grand guignol más que de tableau vivant, los grandes angulares y vertiginosos planos-secuencia con grúas (momento barricadas) de los que farda Hooper atrapan mejor que nunca lo que puede tener de fastuosidad el cine sin perder la sencillez del teatro visualizado (cierta falta de continuidad en el montaje cinematográfico en las entradas y salidas de los actores en el plano/escenario).

Caprichosa y emotiva a partes iguales, Los miserables será o no el fenómeno musical que reza la pomposidad del cartel publicitario, pecará de los errores de un autor (lo puedo decir más alto pero no más claro), cubierto de imperfecciones. Lo mismo es demasiado larga o corta (según sea la medida), acarrea un subtitulado horrible en la versión en castellano, pero la mejor verdad, la que yo he visto, es que estamos ante una las mejores películas del 2012.

Ficha técnica

7 comentarios en «CUANDO LA ÉPICA ESTÁ EN LA MÚSICA – ‘LOS MISERABLES’, de Tom Hooper»

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