LLÁMAME POR MI NOMBRE – ‘LADY BIRD’, de Greta Gerwig

LADY BIRD (2017) de Greta Gerwig

Una chica de provincias (aunque llamar “provincias” a una capital estatal sea simplificar un poco de más, al menos con escala europea), soñando con irse a vivir a Nueva York, en su último año de instituto, afrontando los desafíos de presente y de futuro que a esa edad sobrevienen, conflicto materno-filiales… sinopsis de cualquier telefilm de sobremesa de Antena 3, da igual cuando leáis esto. Ese es el material narrativo que encontraréis.

Y en cambio, con esa especie de varita mágica que tiene la escena independiente estadounidense para dotar de interés, alma y encanto hasta al más manido de los argumentos, el debut en solitario de Greta Gerwig tras las cámaras tiene suficiente entidad como para quedar retenida en la retina y en la memoria, si bien su aura de “película de temporada de premios” puede tornarse un lastre ante aquellos que la afronten con excesivas (o erróneas) expectativas. Pero no hemos venido a eso.

Porque Lady Bird no cuenta nada que no haya sido narrado y requetenarrado en cientos de relatos, de ayer y de hoy, de aquí y de allí, pero su conflicto materno-filial, suma ampliada y elaborada de choque generacional y en cierto modo también cultural, cobra tanta fuerza conforme avanza el relato que sabe a único. Como cuando hemos probado millones de veces una tapa de tortilla pero de repente hay una que nos sabe como ninguna otra antes, aunque no dejen de ser los mismos ingredientes y modo de preparación. Pues algo así. La secuencia final, híbrida entre cierre y epílogo, es sencillamente digna de enmarcar.

Por pura lógica cognitiva (y mecánica) los intérpretes que dan el salto a la dirección parten con ventaja en un terreno tan crítico para la calidad de una película como la dirección de actores, y aquí Greta Gerwig, en su primer asalto a la silla del realizador sola ante el peligro, ha entrado (y salido) por la puerta grande. Que sí, que parece que Saoirse Ronan no deja de hacer una y otra vez variaciones del mismo personaje, pero su mirada cobra cada vez más fuerza, más capacidad de atrapar al espectador. Aunque si hay alguien de esta película que merece una estatuilla esa no es otra que Laurie Metcalf. Sí, la madre de Sheldon Cooper en la ficción, esa misma.

Os aseguro que será imposible que viendo a Metcalf a lo largo de esta película no nos acordemos, una y otra vez, de todas aquellas veces que discutimos con nuestras propias madres innecesariamente, todas las veces que no comprendimos que todo lo que hacían lo intentaban hacer por nuestro bien y que por nosotros lo daban todo no, lo siguiente, y en especial por todas las veces que nos arrepentimos de no haberlas escuchado y no haberles hecho caso por muy hastiados que nos tuvieran y, desde luego, por todas las veces que las hemos hecho llorar. Todo para acabar abrazando todo aquello de lo que no hace tanto renegábamos como de la peste y puede que sólo por el simple hecho de que lo teníamos asociado a nuestros padres. Y sinceramente, ¿no es acaso ese uno de los signos de la madurez?

También me atrevo a asegurar que, pese al arranque emocional que me acaba de salir y que no tenía pensado incluir en este texto, Lady Bird no será ni la película de vuestras vidas ni tampoco la película del año. Pero si sirve para que nos miremos en serio nuestros adentros, en lo que realmente importa en esta vida, como yo acabo de hacer, habrá valido al menos la pena el visionado, ¿no creéis?

Ficha técnica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

RSS
Suscríbete por correo
Instagram