EL DISCRETO ENCANTO DE LA ANIMACIÓN CLÁSICA – 'PHANTOM BOY', de Alain Gagnol y Jean-Loup Felicioli

Phantom boy (2015) de Alain Gagnol y Jean-Loup FelicioliPHANTOM BOY (2015) de Alain Gagnol y Jean-Loup Felicioli

No seré yo quien reste un ápice de excelencia a la trayectoria de Pixar, dominadora del cine de animación contemporáneo por encima de su marca propietaria, la otrora acostumbrada al monopolio Disney. Con ese póker de obras maestras consecutivas desde Ratatouille hasta Toy story 3 o con el regreso a su mejor nivel en Del revés, no se le puede negar lo alto que ha elevado el “género” de animación (si es que se puede hablar de tal género), alcanzando hitos narrativos que son capaces de dejar un logradísimo acabado estético en segundo plano.

Pero eso no quita que se puedan saborear con el mismo regusto y que se sientan igualmente necesarias esas “pequeñas” obras, de corte más artesanal, de aroma más clásico, que en los últimos años nos brinda de vez en cuando la cinematografía europea. Chico y Rita o Arrugas por estos lares, L'arte della felicitá en Italia, y especialmente la animación francófona llevando la delantera, con la figura de Sylvain Chomet (Bienvenidos a Belleville, El ilusionista), con tres nominaciones a los Oscar, como referencia.

Phantom boy (2015) de Alain Gagnol y Jean-Loup FelicioliUn honor, la candidatura a los galardones más mediáticos, que también ostenta el tándem Gagnol-Felicioli, en 2012 por Un gato en París, su debut en el largometraje, que compitió precisamente con el film de Trueba y Mariscal. En su segunda película repiten la fórmula, que tan bien les funcionó en su ópera prima, de combinar códigos mágicos y antropomórficos de la tradición de la animación clásica con géneros “de adultos”, y de igual modo altamente codificados, como el thriller y el cine negro. En ese aspecto, la “mudanza” de París a Nueva York, como escenario del relato, y unos títulos de crédito iniciales que evocan, a su modo, al Saul Bass más icónico, suponen sendas declaraciones de intenciones.

Phantom boy (2015) de Alain Gagnol y Jean-Loup FelicioliPero más allá de ello, estas elecciones contextuales, estéticas y de código derivan también a una solución narrativa, la del mecanismo sobrenatural y onírico que permite hilvanar, en paralelo, dos tipos de relato que de primeras se antojan indisolubles como el agua y el aceite: un drama de enfermedad infantil y una trama criminal al más puro estilo noir. El resultado no podría ser mejor, desterrados los lugares comunes de la lástima y la lágrima en un caso y el factor inverosimilitud en el otro, a través de un acertado y eficiente guión que explota al máximo sus recursos.

En resumen, una delicia ética, estética y narrativa y dos autores a seguir de cerca. La animación clásica está más viva y fresca que nunca.

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