EL BUEN AMERICANO SIEMPRE VA ARMADO – 'FRÍO EN JULIO', de Jim Mickle
FRÍO EN JULIO – Cold in July (2014) de Jim Mickle
No hay nada más americano que tener un arma de fuego en casa. Más americano incluso que la Estatua de la Libertad, que a fin de cuentas se construyó en Francia. El buen americano guarda una pistola en la mesilla de noche y no duda en disparar al intruso que ose poner un pie en su hogar. Vienes a robarme mis pertenencias y yo te vuelo la tapa de los sesos, así de sencillo. Sin embargo, lo que pasa a partir de ahí es difícil de prever. Los vecinos te miran raro porque saben que has matado, aunque haya sido en defensa propia. Las manchas de sangre de la tapicería del sillón no salen ni con veinte lavados. Tu corazón se acelera ante cualquier sonido extraño. Y, por si fuera poco, descubres que el intruso al que has matado tenía familia, una no demasiado comprensiva con tu derecho a disparar a diestro y siniestro en tu hogar, y vuelven a ti para vengarse.
Más o menos ese es el punto de partida de Frío en julio. El personaje interpretado por Michael C. Hall (el popular actor de Dexter y A dos metros bajo tierra) dispara a un ladrón que allana su hogar y el padre de éste, interpretado por el incombustible Sam Shepard, amenaza con vengar la muerte de su hijo con más sangre. Hasta ahí tenemos una historia de venganza que puede resultar más o menos interesante. Pero, ¿y si os digo que, en un giro de los acontecimientos, los personajes de Hall y Shepard se alían para destapar un caso que envuelve corrupción policial, suplantación de identidad y snuff movies? Interesante, ¿no?
Pues más que interesante. La película de Jim Mickle no sólo tiene unas grandiosas interpretaciones, sino que es, en su conjunto, una obra de un pulso narrativo feroz y un retrato desolador de una América sucia y podrida. Un poco a lo True detective pero sin la filosofía de peyote de Rust Cohle. La acción del relato va in crescendo hasta explotar en un final cargado de violencia y tensión, tan árido como perfecto.
Frío en julio es mejor que la mitad de las películas que competirán por los Oscar en un par de meses. Es buen cine, sin concesiones ni adornos innecesarios, que sabe lo que quiere contar y lo hace con pulso y maestría. Una película que seguramente pasará desapercibida en una cartelera copada por los Nolan y los "sinsajos". A no ser que tú, preciado lector de esta crítica, te animes a desafiar las tendencias y sorprender al taquillero de tu cine habitual pidiendo una entrada no para los malditos Juegos del hambre, sino para la pequeña joya camuflada que lleva por nombre Frío en julio y que seguro hará que te revuelvas (de escalofrío y gusto) en tu butaca.