MAD MEN 6x03: COLLABORATORS

"Just a gigolo". El elegante tema con el que se cierra el episodio no podía resumir mejor el principal mensaje, la principal explicación (que no revelación) del episodio. Porque, seamos sinceros, Draper no es muy diferente de la gran mayoría de sus socios y compañeros de SCDP, y de profesión por extensión, a la hora de la infidelidad como religión y el inconformismo de la promiscuidad (discreta) como seña de vida. La diferencia se encuentra en la procedencia, en el origen de semejante actitud/adiccón en cada uno de ellos (no tanto por reprobable en sí, sino por persistente y mecánica)... vamos, que Peter Campbell, el otro gran “caradura” del episodio (con su correspondiente correctivo por parte de una esposa que no es tonta aunque se lo haga... y qué solvente es Alison Brie también fuera de la comedia, dicho sea de paso), no puede excusarse en un adolescencia creciendo en un burdel, sin figuras paternas estables.

Porque así es la situación en la que ha crecido nuestro querido Dick Whitman, Don Draper para los amigos y para todos menos los espectadores y cuatro gatos más de la serie. Llevábamos, creo recordar, casi dos temporadas enteras sin esos flashbacks sobre el turbio pasado de Don, algo que nos creaba curiosidad desde los primerísimos episodios, construyendo el personaje con muchas más revelaciones que las que nos daba su yo en el presente de la ficción. Ahora, con una brillantísima transición visual, casi sin darnos cuenta, viajamos décadas atrás en el tiempo, y con el desarrollo del capítulo entendemos de donde viene ese carácter tan díscolo en lo emocional y erótico,... sinceramente, creo que se puede esperar que siente antes la cabeza, en ese sentido, nuestro contemporáneo Hank Moody, de quien ya he dicho recientemente que se trata de la versión explícita y resacosa de Draper, llevado a nuestros tiempos con el filtro de las drogas y el rock & roll y la locura urbana de California.

Lo que nos encanta de esta serie es que encumbra a nuestros personajes para luego hundirlos sin piedad... y lo peor de todo: porque se lo merecen. La imagen final de Draper sentado a la puerta de su propia casa viene a ser el punto bajo de esa montaña rusa erótico-emocional cuya cumbre estaba en ese momento de épica operística contando en diferido y a retazos, como buen cine de autor, de la enésima inmersión en ese peligroso affaire con Sylvia, la mujer de su nuevo mejor amigo (por cierto, la actriz no es otra que Linda Cardellini, que aunque la veamos así de recatada, no deja de ser la misma Lindsay Weir que nos conmovía en Freaks & Geeks). Un verdadero amour fou, al más puro estilo melodrama francés (como el año pasado en los momentos de más tensión con Megan), de tal manera que ellos mismos reconocen la mitología que vuelve tan adictivo su pecado.

La auténtica revelación del episodio, por otra parte, viene directa y sin anestesia previa, y puede que no nos extrañe tanto al fin y al cabo, pero definitivamente su mensaje metafórico es tajante: la parte de Don en el interior de Megan se ha muerto. La relación, otrora un flor frondosa y reluciente, se marchita a pasos agigantados. Y para más inri, la francófona no se le ocurre otra que encontrar su hombro de consolación en la mujer que ocupa ahora mismo el centro erótico de su marido, cada vez más distante. E irónico que se consuela en la mujer con la que Don se la pega.

Una historia de motivo similar pero naturaleza totalmente diferente es la que nos trae Peter Campbell. Más tranquilo en sus aspiraciones profesionales y sus duelos de poder, no deja de aprovecharse de su apartamento en la ciudad para unas canas al aire si la ocasión lo merece. Pero estas, a diferencia de Draper, no vienen revestidas de poética o melodrama alguno, es más, se diría que es por puro vicio. ¿Y la diferencia? Peter juega con fuego y eso le explota en la mismísima cara. Como ya he dicho antes, Trudy Campbell da un golpe sobre la mesa... y puede ser la nueva Betty Draper a la hora de desprenderse de la larga sombra de su marido. ¿Punto para el equipo de las chicas?

En el aspecto más puramente profesional, la conversión de Peggy en la Draper de CGC se hace tan literal que hasta la vemos entrar en modo nazi ante la desidia y la falta de frescura de sus creativos, mientras que la nueva figura del trepa, Bob Benson (James Wolk), crece en evidencia a pasos agigantados... y me da que no tardará en explotar. Eso sí, ¿para cuándo más dosis de Ginsberg? En Villa SCDP, entre idilios secretos y revelaciones chocantes, Draper se olvida de cómo hacer bien su trabajo de (anti)persuasión (una miniconspiración interna de Jaguar algo rebuscada) y echa por tierra los planes de la agencia... todo un aborto de planificación, nunca mejor dicho. Como guinda, la creciente conexión, a distancia y por teléfono, entre Miss Olson y el barbudo Rizzo, una TSNR muy incipiente que parecía haber quedado en el cajón pero que ahora toma una nueva senda.

Esto ha sido todo hasta la próxima entrega. Y pese a no a haber sido, desde luego, de sus mejores episodios (la trama de negocios ha resultado bastante tibia y poco elegante), ni estar la serie en su momento de forma más óptimo, hemos “sufrido” de nuevo una narrativa que vuela como mariposa y pica como una abeja, como el Muhammad Ali que les sirvió para anunciar las Samsonite.

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