OSCARS 2013: LA CRÓNICA

REPARTO SIN SOLIDEZ DE CRITERIO

El propósito de las previas y quinielas no es tanto el ponerse medallitas por el mayor o menor número de aciertos numéricos (en nuestro caso, 12 de 21, tibia pero no desastrosa), algo intrascendente a medio plazo, sino detectar por donde van a ir los tiros, el elemento unificador del criterio de cada edición que intentamos siempre buscar aunque no exista, pero cuya persistente búsqueda siempre se antoja interesante. En buena parte, se puede afirmar lo que adelantábamos, que este sería, con matices y las infalibles contradicciones, el año de los actores como autores.

Los ganadores absolutos de la noche no respondían a la clásica figura del productor, en modo padrino o en modo mega-arquitecto, que podemos encontrar desde Robert Evans o Ismail Merchant hasta los más habituales Scott Rudin o los hermanos Weinstein (cuyo karma académico se ha tomado un descanso este año). No. Se trataba de Ben Affleck y George Clooney, dos actores bien populares, cada uno a su modo y medida, que empezaron a buscar, en diferentes momentos, desde hace algunos años verdaderas experiencias creativas, junto a un socio artesano del cine como Grant Heslov. Se puede afirmar incluso que Affleck sigue una trayectoria pareja a la de Clooney en cierto modo. Ambos consagraron sus rostros como estrellas guaperas y les costó lo suyo dar el salto a papeles más consistentes, sobre todo al primero. El segundo, a la vez, se fue buscando su vena más creativa y auteur en la escena independiente, como director, guionista y hasta productor, recibiendo a la vez cada vez mejores papeles, aunque su único Oscar hasta ayer fuese como Actor Secundario por una película menor como fue Syriana.

El primero, en cambio, ha experimentado una evolución más rápida: cuando una pésima trayectoria interpretativa hacía parecer muy lejana su prometedora y temprana revelación como guionista-autor, junto a Matt Damon, y habiendo tocado fondo con la inenarrable Una relación peligrosa, una Copa Volpi veneciana en 2006 y un debut muy bien acogido al año siguiente cambiaron el rumbo de su particular trayectoria, que alcanzó su cúspide en el día de ayer, en la que veía como su tercera película, sin excesivo ruido previo, se convertía en la protagonista del 2012 cinematográfico,… muy a pesar de su clamorosa omisión en la categoría de dirección. Esta circunstancia sólo se había dado previamente en tres ocasiones: en la primerísima edición de los Oscar (que de aquella todavía ni se les llamaba así) de 1928, con triunfo simple de las Alas de William Wellman; en 1933, con la coral Gran Hotel llevándose la palma sin haber sido ni siquiera nominada en ninguna otra categoría; y en la era moderna, con la inaudita victoria de Paseando a Miss Daisy en 1990 (pobre Oliver Stone).

Benditas las contradicciones internas de estos académicos, que han premiado la evolución de actores hacia la creación, como directores y productores, pero se olvidaron de ampliar el reconocimiento, o al menos dejar abierta esa posibilidad, a la faceta realizadora misma, en la que, paradójicamente, se les dio por premiar al responsable de la nominada con una mayor cantidad de imagen virtual, en la que el factor humano (los actores y su dirección, en lo que, por otra parte, suele destacar este cineasta) no es precisamente su mayor fuerte. Sí, el Mejor Director de 2012 fue Ang Lee por La vida de Pi. Una decisión completamente incomprensible, teniendo en consideración las opciones más apropiadas y coherentes que tenían delante: bien Spielberg, bien David O. Russell o bien incluso Haneke, aunque sea extranjero.

Todos ellos (también el nominado restante, el debutante y tapado Behn Zeitlin) se mostraron más que notables en la dirección de actores hasta el punto que todos ellos habían logrado la presencia de al menos uno de sus actores en las categorías interpretativas (Russell hizo pleno, de hecho) gracias a 'sus' películas. Por otro lado, podría también entenderse, siendo rebuscado y poco serio, y teniendo en cuanta el historial reciente, como un castigo para Lee, que alimenta con su ya segunda estatuilla su propia leyenda negra, pues en ambas ocasiones, su película de turno no resultó vencedora en la categoría reina (para la posteridad quedó la sonora derrota, por inesperada, de Brokeback Mountain ante Crash en 2006). Para más inri, con el mismo presentador, un Jack Nicholson que parece llevar las gafas incrustadas en su cabeza.

Aunque esta vez la lectura vino de la mano de la gran sorpresa de la gala: la intervención, en directo desde la Casa Blanca, de Michelle Obama: nota discordante de una gala que nada tuvo que ver en grandes términos con los cínicamente tendenciosos Goya, pero que quiso ganarse el oro y el moro con un gesto totalmente impertinente e innecesario. Pese a que La vida de Pi fuese acumulando galardones técnicos (que la convirtieron en la película con mayor número de estatuillas, cuatro, una más que la ganadora y Los miserables), el camino de la victoria de Argo, del que ya pocos dudaban, se perfiló con la categoría de Montaje y se despejó con la de Guión Adaptado, cuyo afortunado, Chris Terrio, se acordó precisamente de ese mismo momento con Affleck como promesa y revelación hace quince años, por el Guión (Original) de El indomable Will Hunting.

El otro gran triunfador de la noche fue un Daniel Day-Lewis que se convierte en el primer actor en lograr tres Oscars como protagonista, dos de ellos en los últimos cinco años. Definitivamente, a la Academia le gusta este tío, con tres premios y cinco nominaciones sin contar con una filmografía especialmente prolija, habiéndose retirado un lustro del cine para dedicarse a una peculiar experiencia como la del aprendizaje del oficio de zapatero en la apacible Toscana. Gran velada también para Michael Haneke, que salda la deuda contraída por La cinta blanca y completa el envidiable palmarés de su Amor, desde ayer una de las películas más premiadas de la historia: Palma de Oro, Globo de Oro, Premio de la Academia Europea, BAFTA, César y finalmente Oscar, entre tantos otros. Por cierto, las nominadas a este apartado, Mejor Película de Habla No Inglesa, se leyeron con la melodía principal de Cinema Paradiso como hilo musical... ¡qué grande eres, Morricone!

En cuanto a la animación, otra de pronóstico difícil, parece que todo queda siempre en familia entre Disney y Pixar, pero prevaleciendo siempre la joven sobre la vieja... por no variar. La marca Disney más pura levantó al menos el Cortometraje de Animación para el encantador Paperman, obra que sirve para demostrar que The artist no hizo ningún mal al cine, como siguen pontificando algunos, sino más bien todo lo contrario. Pero eso ya es otra historia que merece (al menos) un artículo aparte.

La otra cara de la noche

En el apartado de las decepciones, inevitable, no puedo sinceramente ponerme tan fariseo y tildar a las no ganadoras de fracasos, pues no se puede decir que haya habido hecatombes estrepitosas, sino más bien una sensación de recelo, de relativo revés. Las plurinominadas Lincoln o El lado bueno de las cosas han triunfado en categorías capitales como las de interpretaciones protagonistas, aunque poco más que eso. La que ha pasado completamente desapercibida (aunque tampoco se esperaba otra cosa al respecto) ha sido La noche más oscura, en el ojo del huracán tras las recientes críticas de los familiares de víctimas del 11-S; a Bigelow y Boal se les acabó el crédito con The hurt locker y ahora se van con un palmo de narices, pues su única estatuilla, la de Montaje de Sonido, ha sido ex aequo con Skyfall (no se producía un empate desde 1995, en una categoría tan anecdótica como la de cortometraje de acción real).

La presencia de Bestias del sur salvaje ya era una sorpresa y un logro en sí mismos y The Master venía siendo la película maldita de la temporada desde mucho antes. Ya a nivel individual, se siguen acumulando decepciones para el compositor Thomas Newman (hasta en once ocasiones compuesto y sin premio) y el director de fotografía Roger Deakins (diez). El único español en competición, el diseñador de vestuario Paco Delgado (Los miserables) se fue de vacío ante la victoria de la favorita, Ana Karenina.

Expectativas no cumplidas

Había muchas esperanzas puestas en una gala que invitaba al visionado trasnochado tras varias ediciones de monumento a lo anodino. Por tener (sabia decisión) una temática determinada, como era el homenaje a los musicales (y al medio siglo de Bond, al mismo tiempo), y por intentar lograr, con la figura del incorregible y deslenguado Seth MacFarlane, un efecto similar al de Ricky Gervais en los tres años que condujo los Globos de Oro sin dejar a nadie indiferente. Pero lo cierto es que, tras un inicio espectacular, fulgurante y más que prometedor, la gala se fue desinflando progresivamente, de más a menos, aunque conservando relativamente bien la fluidez entre tanta pausa publicitaria. El presentador quedó muy por debajo de lo esperado en cuanto a la acidez y a la osadía cómicas que se le suponen, quedando muy por debajo del alto listón marcado por Gervais.

Lo cierto es que empezó fuerte, dando caña, con una serie de gags encadenados con un revival de Star Trek y el mismísimo William Shatner como hilo conductor, y un juego meta al más puro estilo Community, en los que destacó la impredecible canción “homenaje” a los desnudos de las actrices presentes. Y siguió con una línea dura con puyas a Mel Gibson, Rihanna y Chris Brown (a propósito de Django desencandenado), mofándose en un sketch junto a Sally Field del pasado televisivo de ésta o incluso dedicándole un parodia a El vuelo con títeres de calcetines. De ahí en adelante sólo “desentonó” la aparición de su Ted, junto con Mark Wahlberg, y una rajada algo más elaborada contra el lobby judío, pero cortada a tiempo. Por decir alguna más, la mención a John Wilkes Booth (asesino de Lincoln) poniendo a prueba ese principio no escrito de Comedia = Tragedia + Tiempo, y una piadosa puyita a la evolución positiva de Ben Affleck, mentando la innombrable “película” con su anterior pareja.

Música a borbotones

De los momentos musicales que coparon la gala, el elaborado guiño “fallido” a Sonrisas y lágrimas, una reedición del “¡Qué festín!” de La bella y la bestia adaptada a la ocasión, o el popurrí de Los miserables con su reparto al completo. Tampoco faltaron números-tributo a éxitos recientes del género como Chicago o Showgirls, de manos de Catherine Zeta-Jones y Jennifer Hudson, sendas ganadoras del apartado a Mejor Actriz de Reparto, a la que se les unió poco después la cantadísima Anne Hathaway. Sí, parece que los musicales dan buena estrella a sus actrices secundarias. Otro momento fue el de Bond, al que homenajearon por sus 50 años de cine pese a que volviesen a pasar, una vez más, de su película de turno en las categorías pesadas, pese al innegable salto de calidad de la franquicia en Skyfall; un repaso a sus legendarias bandas sonoras (qué sonoro el Live and let die de McCartney) seguido de Shirley Bassey interpretando la mítica Goldfinger. Adele, otra premiada más que obvia, no necesitaba presentación ni neceista ahora comentario. Ahora bien, todo muy bonito y espectacular, pero conforme pasaba el tiempo, más me iba acordando de Paco Umbral: hemos venido aquí a ver una entrega de premios, no a ver números cómicos y musicales, por muy buenos que sean.

La proliferación musical dio también lugar a mezclas, sucesiones y combinaciones de lo más variopintos, de bailes de fanfarrias de entrada y salida (de Star Trek a Indiana Jones y tiro porque me toca). Lo más curioso fue la manera en la que empleaban el tema de Tiburón para apresurar a aquellos premiados más “entusiasmados” en sus discursos (en las categorías ligeras, obviamente),... que por lo anterior aparecía empastado con melodías tan dispares como las de Rocky o Bonanza. La recurrencia de piezas de John Williams podría parecer una anticipación sobre un hipotético triunfo de él mismo (que ya tiene cinco estatuillas, una de ellas precisamente por Tiburón) o de Spielberg, pero, conocemos la historia, falsa alarma. Como detalle, lo genial que quedó el tema de Memorias de África en el siempre emotivo, valga la redundancia, in memoriam: Marvin Hamlisch (al que Barbra Streisand dedicó un epígrafe aparte seguidamente), Ray Bradbury, Nora Ephron, Chris Marker, Michael Clarke Duncan o el trágicamente desaparecido Tony Scott fueron las apariciones más destacadas.

Como guinda, un Tarantino al más puro estilo Almodóvar, que no se iba ni a la de tres.

Pues esto ha sido todo en una de las temporadas de premios más repartidas y contradictorias que se recuerdan recientemente. Ahora, liberados ya de la “sombra” de quinielas, cábalas y pronósticos, despojados del sambenito de la rabiosa actualidad, podemos dedicarnos a ver cine a nuestro ritmo sin que nada nos agobie.

Lista completa de premiados

Críticas publicadas: Amor, Django desencadenado, El lado bueno de las cosas, La vida de Pi, LincolnLos miserables.

Un comentario en «OSCARS 2013: LA CRÓNICA»

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