LÁGRIMAS DE COCODRILO – ‘LO IMPOSIBLE’, de Juan Antonio Bayona

LO IMPOSIBLE – The impossible (2012) de Juan Antonio Bayona

La sensibilización impostada previene los riesgos de un mal melodrama, tanto es así que al espectador convenientemente avisado le resultará bastante más fácil una empatía figurativa, auspiciada por una base real, que una imaginada o ficticia. Juan Antonio Bayona reconstruye la dramática devastación de un suceso real subrayando en negrita, y a poco de empezar, la palabra “verdadera” por delante incluso de la intención misma de contar una historia. Lo imposible pasteuriza las lágrimas “bienpensantes” de los que confunden a un buen producto con una buena película. Pensar que la rimbombante campaña publicitaria que han llevado a cabo los productores de Mediaset o Telecinco justifica los defectos narrativos de la última americanización del director de El orfanato, es a fin de cuentas, darle la razón a los parámetros de negocio que han erigido de una forma universal el vulgar concepto de blockbuster. A nuestra industria le hacía falta alguien que supiese interpretar el negocio con una idea clara de prediseño, y unas miras extrapolables al mercado global, fabricar ese taquillazo definitivo que ponga en entredicho (por ahora) la crisis a la que duramente tiene que enfrentarse el sector cinematográfico.

El problema es que Bayona sabe demasiado de fórmulas, pero poco de sutilezas, y con sólo dos películas ha creído entender cuál es la esencia que abraza el arte de los sentimientos. Disecciona a través del imaginario hollywoodiense un cine artificial que agrupa las características motoras de todos y cada uno de los discursos emocionales de Steven Spielberg con esa caligrafía perfecta del copista inteligente. El análisis de la familia y la catarsis del reencuentro son especialidades matrices del cine spielbergiano. En su primer largometraje, el catalán ensalzaba los valores de una madre coraje que era capaz de cualquier cosa con tal de estar junto a su hijo. Ya entonces daba pistas del mimetismo materno-filial que emparenta la obsesión autoral de Spielberg con la supeditación creativa que Bayona siente ante su maestro. A medida que avanza el metraje, Lo imposible muda la piel del nervio por la de lo previsible, y en vez de dejar volar la creatividad, tira enseguida del manual de ayuda.

Hay algunas ideas o escenas que se parecen demasiado a otras del alargado repertorio del soberano realizador de Munich. Por poner sólo un par de ejemplos, una que ocurre dentro del hospital recuerda (es muy cantoso) a La lista de Schindler, y la recreación hiperrealista del tsunami (Eastwood ya lo hizo, y mejor, en Más allá de la vida) o los momentos posteriores a la ola son parecidos a los del desembarco en Salvar al soldado Ryan (utilización del sonido y cámara subjetiva). Además, por si fuera poco, la odisea del niño protagonista no difiere casi nada de la que sufre Jim en El imperio del sol, y la estampa final de Naomi Watts emergiendo del agua parece más un recorte de la mítica escena inicial de Tiburón que una idea propia de la película. Sólo la habilidad para trabajar con niños (excelente Tom Holland) le salva de las comparaciones negativas.

Pasando este apunte por alto (importante pero no concluyente), las dos partes diferenciadoras que habitan en la cinta nunca logran captar la emoción conjunta del relato, y ponen de manifiesto la nulidad narrativa que debe soportar la estancada progresión dramática del guión. Si ya sabemos cuál es el final, la sorpresa solo puede venir de la tensión o suspense de ciertas secuencias de impacto (muy sensacionalistas, por cierto) o la implicación por medio de historias paralelas que se crucen entre sí, pero en Lo imposible, la línea recta impide que advirtamos un interés mínimo por lo ocurrido alrededor de los personajes principales.

Y es de lógica que de aquellos polvos vengan estos lodos: un primer tiempo interesante sublevado antes de lo previsto a la blandenguería sentimental, apariciones absurdas que surgen de la nada como la de una fantasmal Geraldine Chaplin, la tontería de la pelota roja, el sueño donde Watts se debate entre la vida y la muerte (la nominaremos a los próximos Goya para darle glamour a la ceremonia y después vuelta a casa con las manos vacías) y la monótona sospecha de que lo que tenemos delante no es más que un telefilme de lujo (técnicamente irreprochable, respetuosa si quieren, pero populista).

Luego está el temita de la música, criticado y comentado por doquier. Fernando Velázquez compone un tema principal hermoso y lírico (predominio de la cuerda), una música que, escuchada de forma independiente a la película, emociona y tiene calidad, pero que Bayona destroza repitiéndola hasta la saciedad y subiendo el volumen (diciendo cuando hay que llorar y cuando sufrir) de forma ensordecedora. Pienso que la partitura escrita por Velázquez es una gran banda sonora, pero que no consiguen hacerla cuadrar como música extradiegética dentro de la película. Para ser exactos, en el clímax, el sonido aturde al patio de butacas para que quede claro ese efecto lacrimógeno que el director pretende transmitir (por la fuerza) en el personal.

No quiero terminar sin dejar claro que, aun con defectos, la empresa que han llevado a cabo Bayona y su equipo es un trabajo loable y, por qué no, hecho con corazón, y que debemos aplaudir bien sea por las enormes cifras de taquilla (récord de apertura en España), por su vendible exportación o por lo necesario que era ver en los cines un evento de tales características (“hay que verla”), pero que en definitiva carece de lo mas importante, ALMA.

Ficha técnica

5 comentarios en «LÁGRIMAS DE COCODRILO – ‘LO IMPOSIBLE’, de Juan Antonio Bayona»

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