EVA AL DESNUDO… Y AL BARRO – Llega ‘NASHVILLE’

Ya llevamos más de un mes desde que la nueva temporada televisiva dio el pistoletazo, y la verdad es que, ya sea por falta de tiempo o por un desinterés fruto de los resultados progresivamente pésimos año tras año en cuanto a la savia nueva en las generalistas, no nos hemos parado en detalle en ninguna de las nuevas series, ni siquiera aquellas pocas que podían despertar un mayor interñés. Ya ha habido las primeras cancelaciones, las primeras promesas en firme y la novedad de una NBC a la que, tras mucho tiempo, parece que el destino le vuelve a sonreír, y pese a todo, se muestra igualmente nerviosa y torpe en el manejo de la situación, hasta el punto de fulminar el devenir de algunas series de seguimiento minoritario pero intensamente fiel: entre ellas, nuestra querida Community.

Así y todo, sí que podemos hablar de una propuesta que invitaba al optimismo desde los pasados upfronts, y que, tras un par de capítulos, encamina bien esas expectativas (que por otra parte, han de ser más cautas que nunca, visto el panorama). La fiebre de las series musicales que el huracán Glee parecía ir a despertar tras su fulgurante primera temporada, se había quedado de momento en el resultado tibio de Smash, su intento de versión adulta, seria y ambientada en Broadway. Pero Callie Khouri (en cuyo parca filmografía destaca el notable guión de Thelam & Louise, ganador del Oscar en 1992) ha sabido aprovechar esta (falsay supuesta) tendencia sólo en la medida que su critatura lo requería, y dándole a la música un rendimiento instrumental y transversal y no sólo vehicular, nos presenta un prometedor drama que recrea un más que interesante ambiente sureño, adaptado a los tiempos contemporáneos, con todo lo que ello significa.

Su propia versión de la real y auténtica Nashville sirve como un escenario en el que se cruzan instancias de hipertextos clásicos como Eva al desnudo o Ha nacido una estrella, tramas paralelas y simétricas, de amor, rivalidad, sueños y celos, confluyentes a través de una calculada configuración espacial (remitente al mismo macrolugar que bautiza e impregna el relato) en el que circula en todo momento un jugoso contracampo mostrando la trastienda más repugnante del juego político, que paralelamente, a su vez, no es más que un espectáculo más, como la industria musical, pero despojado de cualquier atisbo de nobleza, incluso teniendo en cuenta el cauce de todo ello: una encarnizada rivalidad entre la vieja gloria y el furor momentáneo del country más comercial, de la mano de dos divas televisivas contemporáneas de la talla de Connie Britton (Friday night lights, American horror story) y Hayden Panettiere (la animadora inmortal de Héroes).

Así que olvídense del drama excesivamente sobrio o del retablo folclórico sureño que el concepto de partida podría destilar: estamos ante lo que puede ser un gran drama televisivo, con tramas y conflictos paralelos que se cruzan en sus puntos más oportunos y se superponen dándole empaque a un relato que de plano no tiene nada. La clave residirá en que los creadores sepan lidiar con la composición, dosis y evolución de cada una de esas capas de la narración, así como controlar que los espectadores (sobre todo aquellos más fieles y activos, y por ende, influyentes) no se creen expectativas erróneas o desorientadas.

Supone un plus esa concepción técnica y visual que camina con mano de costurera entre la contención compositiva que exige un argumento de tales características y la espectacularidad momentánea de los formatos audiovisuales musicales, intercalados con bastante pericia, hasta ahora. Eso, y un montaje que maneja con maestría la expresión de las emociones en los momentos en el que el hilo musical adquiere un vehicular protagonismo significativo, que hace fluir reveladores imágenes en los lances más climáticos de cada episodio. De momento, promete bastente, así que seguiremos al tanto.

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