LA MÁSCARA DE LOS MIL ROSTROS – ‘EL CABALLERO OSCURO: LA LEYENDA RENACE’, de Christopher Nolan

EL CABALLERO OSCURO: LA LEYENDA RENACE - The Dark Knight rises (2012) de Christopher Nolan

La máscara no es más que un símbolo, un medio para alcanzar un fin. Recordemos la sensacional escena del baile de disfraces de la extraordinaria Batman vuelve, los héroes aparecen en la sala disfrazados de ellos mismos, sin atuendos, sin mallas ni antifaces, sólo sus rostros desnudos rodeados de máscaras y disfraces. Cara a cara la verdad es más peligrosa que la mentira, la hermosa canción de Siouxsie & The Banshees le hace los coros a uno de los momentos burtonianos más bellos y tristes de toda la alargada sombra del murciélago. El no tener coartadas dificulta e impide la expansión del símbolo, ahora y por un instante los héroes son mortales y la liberación de sus almas descansan del yugo del disfraz, de las máscaras aprisionando las heridas del dolor y la rabia.

La trilogía de Christopher Nolan es la historia de Bruce Wayne, un multimillonario dolorido, sumido en sus pesares y escondido en un disfraz que le dé fuerzas y valores, un indignado de una sociedad en penumbra. Siempre he considerado a Michael Keaton el mejor Batman de los posibles, nunca ninguno ha conseguido quitarme de la cabeza aquella frase rotunda de “soy Batman”, nadie ha conseguido portar el cuero como él, pero, y esto está fuera de toda duda, Nolan ha edificado una soberbia pieza arquitectónica acerca de Bruce Wayne. Si hay algo de lo que hablar en su historia es del porqué Wayne llega a ser Batman.

Nolan es un director habilidoso, pero no comparto la extendida y cada vez mas influyente idea de que sea un autor completo; es un creador excepcional de imágenes, el aprendiz bestial de un más que probable futuro gran realizador. Es un cineasta que juega muy bien con la geometría de los espacios fílmicos y que contextualiza esos espacios o huecos dentro de una semiología arquitectónica capaz de reinterpretar los sentidos y dotarlos de movimiento narrativo. Es un deformador de la narración, un profeta de la posmodernidad cinemática, del mover objetos dentro del cuadro de las ciudades, y ser lo más cercano a un arquitecto que rueda como si tuviera la cámara encerrada dentro de un cubo de Rubik. La ciudad es su marco, y los lugares que la forman o deforman, son el precipicio para asomar su objetivo.

En Origen, Nolan se dejaba influenciar por Borges, lo citaba en el psicoanálisis de los sueños y en las diferentes interpretaciones de la realidad cognitiva. Versaba ideas sobre teorías y elucubraba una, a ratos, sensacional película de ficción. Ahora en su tercera y dicen que última película sobre El Caballero Oscuro, Nolan cita a Historia de dos ciudades de Charles Dickens y sigue demostrando que su mirada posmoderna aún no se ha desvinculado lo suficiente de la referencialidad como para capear por sí solo la naturaleza del autor total, que puede albergar otras realidades sin abandonar la suya propia.

TKDR es uno de los espectáculos cinematográficos más esperados del año, un hype que carga la responsabilidad de igualar o, peor aún, superar las repetidas cualidades expresivas y narrativas de la anterior TDK, un peso enorme que sólo podría traer consecuencias de inferioridad. Hablando por mí mismo, nunca vi tanta maravilla en TDK por la cual tuviera que considerarla un paso de gigante con respecto a la primera entrega, así que ahora, y no casando con las ideas ni de que Nolan sea el puto amo, ni de que TDK fuera ninguna obra maestra, seré seguramente de los pocos, que vean en TDKR algunos de los momentos mas cojonudos (puro cine), no sólo de la trilogía, sino de toda la carrera de Nolan.

Máscaras y fatalidad

La anarquía empieza a ser una posibilidad temerosa ante las aberraciones de una sociedad desoladora, el caos promete muerte y destrucción pero aguarda un terrible discurso del reinicio, del renacimiento. Es tristísimo y duele que por culpa de un loco psicópata que decidiera verter su putrefacto pensamiento alrededor de los ideales de ficción de una película de evasión (tal sea el caso de los sucesos acontecidos en Denver la noche del estreno de TDKR), se pueda, aunque sea mínimamente, cuestionar las intenciones ideológicas de la película de Nolan. TDKR no es ni muchísimo menos una apología del fascismo, es en todo caso una inteligente apología del levantamiento popular, de la raíz de la autentica democracia sustentada en la idea del héroe, del mártir que nos conduce a la salvación. La épica de Nolan es costumbrista e hiperrealista (la cual sesga cualquier intención fantástica del personaje de Batman), una extraña suerte entre el cine sociopolítico de Costa-Gavras y La batalla de Argel de Pontecorvo. Puede que los comentarios que encumbraron a su TDK como una película paralela a la problemática social y económica del mundo hayan perjudicado a la estela de un director que se ha podido llegar a creer en exceso esos paralelismos hasta el punto de que aquí la maquinaria de su discurso va a acarrear dolorosos daños colaterales.

TDKR es menos ambiciosa, y por tanto, más hermosa y sorprendente que TDK. Cuando Nolan se pone manos a la obra, el rodillo funciona como una apisonadora, la escena del baile (la cual puede rozar cierta simetría con la de Burton), alberga un brioso travelling circular que encuadra elegantemente a Wayne y Selina hasta que poco a poco la cámara se va cerrando sobre ellos, es un plano excelente, sin lugar a dudas hitchcockiano, que, a diferencia de TDK, supone uno de los pocos planos cerrados que Nolan utiliza en la película.

Sobre el estudio de ese plano, aislado de la sorprendente apertura de planos en las abundantes escenas de acción (aún sin segunda unidad el inglés puede equivocarse pero cada día lo hace menos), Nolan edifica un discurso audiovisual arrogante pero refinadísimo, que guarda mucho en común con buena parte del cine de espionaje (la apertura es Bond), y sobretodo el lenguaje visual de Hitchcock. Selina Kyle ya no tiene por qué ser una gata sexual y alocada (Pfeiffer estaba en otra línea mucho mas fantástica acorde con el estilo elegido por Burton), sino un rara suerte de Tippi Hedren o Hedy Lamarr. No es perversa ni traviesa, es una mujer desconfiada, actual, moderna, la Catwoman perfecta para tiempos de inestabilidad.

Para Frank Miller, Batman era un héroe existencialista, oscurecido por capas de tristeza. Para Tim Burton no era más que un monstruo relegado a un segundo plano dentro de una galería de freaks y villanos majestuosos. Para Schumacher, el murciélago fue un juguete roto, un payaso de circo con aspecto de DJ discotequero, pero, ¿qué o quién es Batman para Nolan? Claramente un vigilante urbano, una metáfora de la crisis contemporánea, de crear una señal de ilusión y seguridad en aras del apocalipsis financiero, la alternativa a la rotura del Estado del Bienestar. Pero también es un ciudadano concienciado, que cree en las personas y en el sentido de la justicia. No olvidemos que Batman es un héroe popular, con no más armas que las que el mismo se fabrica, que no mata, sino emplea sus esfuerzos para una causa mayor que acabe con la criminalidad en las calles. Contar con un líder así debe ser lo mas cercano al nirvana, un ejemplar ideal para cualquier nación, ciudad, comunidad o ayuntamiento. Tomen nota, señores del congreso, queremos un Batman sentado junto a vosotros, que ocupe un escaño y nos represente en la filo-democracia en la que convivimos. Nolan da las claves, el rostro de Batman más perfecto de cuantos hemos visto, el murciélago definitivo.

Ficha técnica

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