SI LA COSA FUNCIONA – Whatever works (2009) de Woody Allen

DESMONTANDO AL HOMO SAPIENS

Julio C. Piñeiro
Muchos aceptan sin más la afirmación de que Woody Allen hace siempre la misma película, que se plagia a sí mismo una y otra vez, pero lo cierto es que una mirada retrospectiva y medianamente analítica nos descubre que cada nueva película, cada año por estas fechas, nos aporta algo novedoso e inédito.
En este caso, para empezar, desde el primer momento rompe la cuarta pared de una forma nunca vista, apelando directamente al espectador, a la sala cinematográfica, de hecho, desde su protagonista previamente sumergido en una situación aparentemente rutinaria: cierto que, de alguna forma, no es novedad, pero nunca había sucedido de una manera tan inesperada, tajante, y, por supuesto, cómica.
Esta vez, el neoyorquino, lamentablemente retirado como actor, delega la recreación de la versión extrema de su personaje en su 'compatriota', el también cómico Larry David, que, sumándolo a sus propios fantasmas y fobias, ofrece unos niveles de hipocondría y misantropía más altos que nunca. Se trata de Boris Yellnikoff, un superdotado hombre de ciencia encerrado en sí mismo, hastiado del mundo y de la gente, con fallidos intentos de suicidio y serios problemas de insomnio.
Pronto entra en su vida, de casualidad, Melodie (Evan Rachel Wood), una joven sureña perdida en la Gran Manzana, a la que había viajado en busca de aventuras más emocionantes que las que le ofrecía su aburrido, monótono, conservador y profundamente religioso ambiente sureño. Y no las encuentra precisamente en las grandes avenidas o en las luces de neón, sino en el cuchitril de este neurótico que se despierta en plena noche, una sí otra también, pensando que se muere.
Boris hace de Melodie una especie de Pigmalión, la impregna de su filosofía científica y su pensamiento misántropo para enseñarla a sobrevivir en esa ciudad de locos. La atracción idólatra de la bella hacia la bestia comienza a ser progresivamente recíproca, y ese lobo estepario se encariña y le coge gusto a vivir de nuevo en pareja.
Los giros llegan con la aparición de la madre de Melodie (Patricia Clarkson) primero, y del padre (Ed Begley Jr.), después, gente de un carácter retrógrado, germen de la educación y posterior deseo de evasión de su hija. Pero lo gracioso es que, tanto uno como el otro, encuentran en la recargada atmósfera de la metrópolis la inspiración necesaria para desprenderse de sus arraigados valores conservadores y descubrirse realmente a sí mismos, con un resultado irremediablemente tronchante.
La llegada de éstos también afecta a Melodie, que, tras el férreo dominio de sus padres, primero, y el peculiar 'tutorial' de Boris, después, encuentra por fin su propia senda en la vida con un joven idealista y apasionado. Hasta al propio Boris le afectan estos cambios. Solo otra vez tras la 'emancipación' de Melodie, un repentino golpe (literalmente) del azar, que le hace topar con un nuevo amor tras el enésimo intento de suicidio por la ventana.
He ahí la cuestión: el azar, la casualidad, esa poderosa e indomable fuerza del universo que todo lo monta y desmonta, siendo capaz de imponerse a los principios, tanto de la religiosidad más acérrima, como de la racionalidad científica más avanzada y compleja.
El retorno de Woody Allen a Manhattan, a su Manhattan, no decepciona en absoluto, por mucho que el azar nos intente convencer de lo contrario. Si la cosa funciona, que funcionará, este viejo genio del 7º arte nos seguirá deleitando año tras año con unos alocados personajes y unas perlas de diálogos que no nos podemos perder.
P.D.: Acuérdense de cantar el cumpleaños feliz cada vez que se laven las manos, es útil para eliminar los gérmenes.
 

 

CUANDO WOODY ENCONTRÓ A LARRY
 
Eloy Van Clift
¿Por qué extraviarse en absurdos laberintos de cómos y porqués… si la cosa funciona? No insistamos, jamás habrá modo de obtener el valor del coseno del ángulo con que Cupido ha hecho diana en nosotros, ni la velocidad del proyectil en el momento del impacto. Ni siquiera podremos estar seguros de si esa flecha fuese realmente dirigida a nuestro pecho. ¿Qué importa eso… si la cosa funciona?
Todo un genio de la mecánica cuántica y casi premio Nóbel como Boris Yelnikoff, protagonista de Si la cosa funciona, decidió hace tiempo renunciar a teorizar acerca de los designios de Afrodita y decantarse por la filosofía del whatever works, y la cosa parece no haberle ido nada mal, siempre y cuando estés dispuesto a ser un misántropo hedonista y huraño.
Hay cosas que funcionan, sin más, y la combinación New York – Woody Allen es una de ellas. Tras reincidir en su aventura londinense con más pena que gloria y sorprender a propios y extraños con una postal mediterránea, este otro genio vuelve al escenario que más ama y mejor conoce para demostrar que todavía conserva destellos de su brillante capacidad para retratar con ingenio y mordiente lo patética y apasionante que es la existencia de seres humanos desencantados y entrañables que poblan la jungla urbana neoyorkina.
Si bien a lo largo de toda su carrera Allen ha recurrido en varias ocasiones a echar mano de alter egos para protagonizar algunas de sus películas (Jason Biggs, Will Ferrell, Kenneth Branagh…) el cineasta estadounidense parece haber hallado una magnífica proyección de su cinismo sobre el sobre el escenario en el cómico Larry David, célebre creador de la mítica serie Seinfeld.
David encaja a la perfección en este homenaje al pesimismo en el que no podemos evitar reímos a carcajadas de nuestras propias miserias. Allen observa la raza humana con una clarividencia superlativa a través de su mirada miope y nos deleita recreándose en decirnos lo despreciables que somos.
Nos tronchamos con las idas y venidas de un grupo de personajes tan estereotipados como creíbles, tan histriónicos como enternecedores y tan ridículos como la mayoría de las personas que nos rodean.
El resultado de la ruptura de estos personajes con las férreas normas morales da como resultado el caos y el delirio, pero también la tan ansiada felicidad, virtud que parece enfrentarse a la convencionalidad. Al fin y al cabo, tal y como asegura en personaje de Boris al final de la cinta, el azar es el único juez posible. El mejor Allen vuelve a reencontrarse consigo mismo en las calles de la Gran Manzana… y la cosa funciona.

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