OTOÑO 2011 – Llega ‘PAN AM’

JUZGANDO EL GLAMOUR SIN QUITARLE BRILLO

Hace un par de semanas os hablábamos de Person of interest, las altas expectativas que despertaba antes de su estreno, el decreciente interés hacia ella del espectador activo hacia ella y sus inversamente proporcionales resultados cuantitativos, como se espera en cualquier producto de la gloriosa CBS. En ese momento, Pan Am se establecía como el caso paradigmáticamente opuesto, el de una serie igual o incluso más esperada, generalmente admirada por los videntes golosos desde un atractivo piloto que dejó muy buenas vibraciones, a la par que notables cifras de audiencia, pero desde entonces sobrevolando la zona de peligro (nunca mejor dicho) en los domingos de la maltrecha ABC. Once upon a time, compañera de noche y cadena, con apenas tres episodios emitidos ya ha conseguido la temporada completa, mientras que las azafatas, más rodadas, siguen sumidas en la incertidumbre laboral a corto plazo. De momento, sólo una orden adicional de cinco capítulos sobre el encargo inicial de trece. Su éxito en las ventas internacionales ha sido su único seguro de vida ante el hacha de la cancelación.

Durante los últimos meses hemos convertido en una seña de la casa el esperar a analizar una nueva propuesta televisiva hasta que esté lo suficientemente avanzada para conocer sus verdaderas intenciones, y el hecho de haber esperado un poco más de tiempo que con Person of interest sólo puede valorarse como un acierto. En el caso de aquella no podemos hablar de “síndrome del episodio piloto” o “...del arranque fulgurante”, sino del “mal de la ficha técnica”, por llamarlo de alguna manera: porque en ningún momento la serie intenta engañar sobre su propia naturaleza, sobe lo que va a ofrecer, al menos en primera instancia, y deja algún otro camino abierto como puede hacer cualquiera. La que sí padece de pilotitis es finalmente Pan Am, sólo que ha tardado más tiempo en diagnosticarse, puesto que la fascinación estética es tan exquisita que su efecto y suficiencia tardan más tiempo en disiparse. Lo cierto es que tampoco el relato ha llegado a presentarse como algo diferente a su auténtica esencia, pues deja bien clara su propuesta en la lograda última secuencia del piloto, el momento decisivo en la declaración de intenciones de toda serie que se precie.

El problema, y principal raíz de su temprano decadencia, fueron las altas expectativas que se han creado en torno a la serie, antes y después de su estreno, y que probablemente también se ha dejado crear a su alrededor, consistentes principalmente en sus ¿pretendidas? similitudes y equiparación con esa obra capital que es Mad Men: lo que se dicen palabras mayores. Yo mismo he sido, en parte, cómplice de esa, digamos, “trampa”, pues con el primer episodio recién degustado, la describí como “un thriller clásico en escenario multinacional con marcada recurrencia al flashback y Mad Men de espejo”. Pero las analogías con la joya de la AMC se quedan, sustancial y principalmente, en el lujoso envoltorio, precisamente porque, al contrario que aquella, Pan Am sí mima y se gusta de ese envoltorio, que sólo rompe lo justo. Porque el telón del sueño americano y el American way of life, cuyo fondo oscuro, cínico y desolador Mad Men destapa, aquí sólo se levanta muy de refilón. Muestra, a ratos, las caras ocultas de esa ideología implantada a fuego en el imaginario de entonces (y también de ahora), los secretos y mentiras tras la superficie impoluta y envidiable de esas mujeres, representantes, en mayor o menor medida, de esos grandes cambios sociales que se estaban gestando.

Pero, al fin y al cabo, el relato emplea la nostalgia como fin en sí mismo y como no como cauce para el discurso iconoclasta y deconstructivo, declarando, a la postre, su amor a una época y un, digamos, sistema de valores, que sólo enjuicia con la boca pequeña. No lo pueden evitar, más que nada porque esa y no otra ha sido su verdadero propósito desde el comienzo, el babear por una época dorada con multitud de rendijas oscuras y basada en doctrinas muy calculadas, pero al fin y al cabo, dorada y radiante para los privilegiados que realmente la vivían en lugar de contemplarla. Una pretensión consolidada y reforzada por la pasión, universal y atemporal, por uno de los mayores logros de la humanidad: volar. Y si esa semi-ingenuidad se detecta en el principal discurso semántico de la serie, no se puede esperar un tratamiento más reflexivo de los componentes coyunturales de la serie, como son el histórico y el geográfico, menos entremezclados y codependientes de lo que deberían. El retrato de los diferentes lugares por los que circula esta air movie por entregas muy raramente intenta ir más allá de la postal turística, aunque tampoco sería muy lógico pretender lo contrario, puesto que nuestros protagonistas son precisamente eso: turistas profesionales y deluxe.

Al mismo tiempo, la lectura histórica tiene mucha menos presencia de la que cabría, quedando reducida a la mención y sin apenas relevancia en la trama, y hasta ahora poco más han pisado, significativamente, que la zona más obvia, predecible y manida: las memorias del nazismo evocadas por la azafata francesa en el escenario del Berlín dividido y su consiguiente resentimiento hacia el pueblo alemán. Sólo existe una trama que, por ahora, se desmarque y diferencia positivamente del conjunto, y es la doble vida como espía internacional de una de las azafatas, la única con auténtica consistencia y connotación histórica y sociológica (tanto por la representación del fervor anticomunista como por la cara oculta de las “novias de América”), la que de verdad aprovecha y exprime ese aroma a thriller clásico (mientras que las otras, intencionadamente más actuales y maduras, se apartan bien poco del drama ligero), y sin duda, la que posee un mayor valor televisivo: por intensidad, posibilidades narrativas y durabilidad (de momento, la única con una continuidad sólida y patente). No sería mala idea que esta trama fuese fagocitando, progresivamente, el resto del relato, y dejar esas livianas reflexiones sociológicas en el subtexto o bien en segundo plano, porque en su actual dosis, no puede sostener todo el peso de la serie.

Mientras tanto, vemos como se desaprovecha semana tras semana la historia que en principio se presentaba más interesante y sugerente, la de la azafata Maggie (Christina Ricci) como un modelo de mujer moderna, independiente y presuntamente revolucionaria (intento de Peggy Olson), pero que no sólo está dentro del sistema que supuestamente aspira a reformar (la manera más rápida y eficaz, y puede que única, de cambiarlo), sino que su sonrisa forma parte y seña de la gran imagen propagandística de este. La continua y cada vez más preocupante indefinición y falta de rumbo de este personaje representa, análogamente, el atascamiento de la serie, que cuenta, paradójicamente, con una amplia riqueza de recursos sin explotar, los cuales debe sacar pronto de la nevera antes de que sea demasiado tarde, como la francesa Colette, enigma revestido de perenne encanto, o unas tensiones sexuales dormidas, por no decir inexistentes, en un caldo de cultivo idóneo y propicio. Hasta su delicada pero original y eficaz fórmula narrativa, a base de flashbacks, pierde fuelle y consistencia en los últimas entregas, por exceso y gratuitad en sus saltos y su distribución del tiempo.

Veremos como le afecta la incorporación al mando creativo, a finales de octubre, de Steven Maeda, guionista y de Expediente X y Perdidos (donde firmó uno de los mejores episodios de la mítica serie, The long con 1), cuya mano aún tendremos que esperar a evaluar. Esperemos que se enderece y que la audiencia masiva responda en consecuencia: no quiero tener que escribir la necrológica de uno de los universos televisivos más desaprovechados de la historia.

Ficha técnica

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