LA SOGA DE POLANSKI – ‘UN DIOS SALVAJE’, de Roman Polanski

UN DIOS SALVAJE – Carnage (2011) de Roman Polanski

Absténganse cenizos. Polanski trasplanta con gran tino y pulso el texto teatral de Yasmina Reza, una de las autoras que mejor disecciona de la burguesía contemporánea en cada una de sus obras, y aporta mucho más que una ya excelente dirección de actores, volviendo la adaptación válida, pertinente y con un gran valor añadido al discurso sin perder esa misma esencia de comedia negra, ácida y mordaz de la dramaturga francesa. La veteranía de un cineasta, de estos que siempre parece que lo ha dado todo, más la base tan marcadamente teatral de una propuesta "unidimensional", no se convierten en los falsos amigos que una cierta tradición de habituales prejuicios se empeñan en buscar, y no pocas veces encuentran: nada más lejos de la realidad.

La distribución espacial (en una única localización), las formas de su montaje (mucho más complejo que el mero plano-contraplano) y el habilidoso cálculo de tiempos emulan una especie de extenso episodio de sitcom dinámica, con una risa ausente en lo explícito pero mucho más ácida y mordaz en lo implícito, lo que refuerza (aún más) esa comedia negra subyacente, no aparente. El perfecto ritmo encuentra su clave en los flujos y rotaciones de enfrentamiento entre los personajes, con el acaloramiento muy patente a poco de iniciar el metraje y de ahí en continuo crescendo, en el todo o en las partes.

Todos los actores, en su punto y variando registros, tienen su momento central, pero si debemos quedarnos con uno, ese no sería otro que Christoph Waltz, quien logra atraer muchas veces los focos manteniéndose en una intensidad de gritos y furia por debajo del resto; aunque también se debe tener en cuenta que viene con un quinto personaje bajo el brazo: su continuamente impertinente teléfono móvil, motor cómico en los dos primeros actos de un metraje oportunamente breve, e incluso un valor metafórico y significativo inesperado, al igual que ocurre con ese hámster puntualmente recurrente en las conversaciones.

Pero la mayor virtud del texto, reforzada a la perfección por el film, se descubre al comprobar como el cauce del desarrollo dramático (paralelo a ese anverso cómico) se mimetiza a la perfección con el subtexto, el núcleo significativo, que parte de ese evidente planteamiento didáctico en el arranque. Nada mejor que unos diálogos punzantes y progresivamente ardientes para expresar la violencia de la sociedad "avanzada", la dialéctica, que acaba siendo más descarnada en esencia que la primitiva, la física, la explícita, aquella que pretenden eliminar, desde la ortodoxia, en los frutos de su carne, pero hacia la que fluyen cuesta abajo y sin frenos, a través de un comportamiento progresivamente pueril que nos brinda momentos de absurdo antológico, de carcajada desbocada.

La pasividad-agresividad, el sarcasmo y la cada vez más endeble corrección política no son más que los mecanismos de arranque, los pistoletazos. Porque al fin y al cabo, se quedan a muy pocos pasos de esa carnicería que reza (nunca mejor dicho) el título original, o la salvajada del traducido, arremetiendo, pero sin dar la brasa ni matar el humor, contra muchos de los estamentos y sistemas de valores que rigen nuestra sociedad, sin que apenas nos demos cuenta de lo arbitrario de su origen y lo impuesto de su práctica. Una nueva joya para la filmografía de Polanski, que demuestra una vez más, en la historia de este arte, que se puede lograr algo muy grande en un espacio-tiempo muy pequeño.

Ficha técnica

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