FRENCH SUNDANCE – ‘LES BEAUX GOSSES’, de Riad Sattouf

LES BEAUX GOSSES (THE FRENCH KISSERS) de Riad Sattouf (2009)

(Publicada originalmente en A Cuarta Parede, Nº 4, 8 de julio de 2011)

Una vez más, una producción europea con una loable hoja de servicios llega con una notable dilación a nuestras pantallas. Ni tan siquiera su gran rendimiento en la taquilla gala, un César a la mejor ópera prima o su presencia en la sección oficial de Gijón en el 2009 fueron lo suficientemente consistentes para reducir este lapso de demora a un punto más lógico. Por otra parte, aunque su naturaleza y su público objetivo más evidente parezca muy acorde con las tendencias industriales dominantes (¿impuestas?), no se trata en absoluto de un prefabricado de tipo hollywoodiense, sino que cuenta con una personalidad bastante fuerte que no la aleja de la hipotética simpatía de ese abstracto y artificial “gran público”.

Una genuina (tragi)comedia de supervivencia urbana adolescente que demuestra, en primer lugar, que toda esa selva global de freaks, geeks, nerds, misfists y demás taxonomía urbanita moderna, que no es solo patrimonio fílmico de ese espectro cada vez más amplio de la producción norteamericana que aquí solemos englobar bajo el término de “cine independiente”, por mucho que su tono, tratamiento estético y selección musical (no tanto su sensibilidad) destilen una inevitable influencia de este ya reconocible y constituido subgénero, muy prolífico en aquella(s) industria(s). Aunque fue el mundo anglosajón quien comenzó a denominar, clasificar y representar comercialmente esta amplia, difusa y no tan reciente realidad antropológica, la verdad es que siempre existió de por sí en todas las sociedades, ya no sólo occidentales, con sus realizaciones particulares, y no únicamente como consecuencia de la influencia sociocultural angloparlante, con movimientos y tendencias de desarrollo propio y autónomo.

Mediante esta fauna, tan tópica y reconocible, y al mismo tiempo tan representativa y reveladora, el relato refleja una auténtica pirámide social, muy carente de invitaciones a los niveles inmediatamente superiores, erigida sobre el único concepto de validez socialmente en los pasillos de instituto: la popularidad, la coolness, que atendiendo a un siguiente nivel, no se aplica solamente a la esfera juvenil. Un sistema de castas no escritas, de ascenso arbitrariamente dificultoso, pero que esconde profundas inseguridades y complejos en todas sus plantas, de arriba a abajo. Lejos de convertir esta “orden social”, percibida por sus actuantes como inamovible y perpetua, en un infierno en vida para los de la parte de abajo, el cineasta opta en todo momento por la comedia y la aventura, y así, precisamente esas tentativas de escalada, aunque inicialmente se antojen imposibles, se transforman, al mismo tiempo, en un interesante reto, un “a por todas” sin importar el riesgo de colisión y siniestro total.

Esas propias barreras tornan en desafío, en objetivo, en el verdadero viaje del héroe, una trayectoria unidireccional, permanente y cotidiana que recorren los protagonistas, inadaptados de inesperada valentía, sin (casi) nada que perder, sin miedo a nada. Un proceso completamente paralelo a su transformación interior, universal, independiente de la popularidad y el lugar en la pirámide. La pubertad, el despertar sexual y los ritos de paso de la adolescencia se constituyen como el mayor y principal conflicto, por encima incluso de esas dialécticas de aceptación (desde dentro y desde fuera) y autoestima. De hecho, la naturaleza sexual y erótica (dentro de los límites del target y la industria) está presente desde su mismo título internacional, que denota la imponente presencia visual, el cuidado detallismo e incluso el fetichismo con el que se trata la anatomía humana, el contacto físico, los besos, la interacción sexual e incluso la pornografía, todo bajo la (relativa) inocencia y el preciosismo de la mirada de un adolescente curioso y goloso.

En definitiva, dos procesos simultáneos y complementarios a los que el resto de conflictos, subtramas y elementos quedan hábilmente subordinados. El escenario se distingue de los habituales y tentadores rincones suburbanos y grandes áreas metropolitanas, camuflándose en las realidades de una urbe provinciana, mucho más hipertextual que diferencial, como inmejorable palestra para no restarle ningún protagonismo a los personajes en sus aventuras/desventuras del día a día. Así como la mezcolanza étnica, tratada de manera muy natural, como un rasgo completamente normal y cotidiano, sin destacar por encima de nada, mientras que los dramas internos de las distintas unidades familiares, las únicas subtramas de cierta consistencia, permanecen en un necesario y pertinente segundo plano, sin restarle grandes ápices al tono de comedia informal dominante.

Una serie de ingredientes que pueden elevar próximamente esta propuesta, si no lo hicieron aún, a título de culto. Los relatos y argumentos de este tipo, cuando se toman medianamente en serio, nunca están de más. A pesar de que giren sobre lo mismo, y parezcan estar contando constantemente la misma historia, siempre aportan algo fresco y poseen mayores o menores trazos de personalidad fílmica. Para el recuerdo, ese intrépido y desacomplejado Camel, el eterno compañero de fechorías, y el icónico rol reservado para la siempre brillante Irène Jacob, como pin up retro y doméstica.

Ficha técnica


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