NIÑA, ESO NO SE HACE – ‘HANNA’, de Joe Wright

HANNA (2011) de Joe Wright

Por Pablo Giraldo

No es que el muy británico Joe Wright haya perdido las formas con una cinta de acción como Hanna, sino que directamente ha asumido unos códigos que, al espectador convencido de sus habilidades para filmar dramas de época nada encorsetados, le sorprenderá sobremanera. No se le puede reprochar a Wright esta nota discordante, o lo que es lo mismo, su intento de dotar de cierto sello auteur a un género tan manido como este, pero salirse de los lugares comunes del cine de acción requiere, además de esfuerzo, un buen discurso y, en ese sentido, el resultado está por debajo de lo esperado.

Una pena, porque su hipnótico arranque invita a pensar que Wright nos va a dar la vuelta al mundo montados en una montaña rusa, que va a desplegar un complejo entramado que profundice en los anhelos y debilidades de sus extremos personajes y que nos va a colocar en el medio de un juego de espías de difícil solución. Al menos esa es la hoja de ruta inicial, enmarcada en unos nevados bosques nórdicos, donde una espídica Hanna (Saoirse Ronan) sobrevive cazando alces y dando rienda suelta a su faceta más violenta, fomentada por su padre (Eric Bana). Entre las paredes de madera de esa recóndita y desolada cabaña de montaña, padre e hija mascan el plan de una venganza y activan su maquinaria para llevarla a cabo. Y ya no hay vuelta atrás. Secuencias como la del búnker mantienen la esperanza de que lo que aquí se presenta no es la versión extendida de un videoclip noventero de The Chemical Brothers, –encargados de firmar una banda sonora que se ajusta a la perfección a las secuencias más frenéticas– o la adaptación cinematográfica de un videojuego de éxito, sino un arriesgado experimento visual alejado de lo mainstream y del que merece la pena ser partícipe. Sin embargo, el resto del viaje es irregular, tiene paradas innecesarias o mal resueltas –entre ellas una parte española que si bien no es redonda, tampoco provoca toda la vergüenza ajena que se podría esperar– y, lo peor de todo, llega a un destino predecible.

Será quizá porque cuenta con un personaje protagonista a medio exprimir y envuelto en un triángulo del que no merece la pena saber mucho. Uno tiene la sensación de que una niña criada al margen de toda convención social, en un régimen de aislamiento y educada en casa por un padre cuyo plan de estudios combina un amplio catálogo de idiomas con las más violentas técnicas de artes marciales, se merece un retrato mucho menos superficial. Es una niña por socializar y educada para matar, y por eso se presta a una gama infinita de matices que Wright desaprovecha. Esto no es óbice, sin embargo, para que Saoirse Ronan demuestre una indiscutible solvencia y Eric Bana, que casi no tiene oportunidad de lucirse, un atractivo innato. A ellos se suma la prestancia de una agresiva Cate Blanchett que parece repetir el papel de mala prototípica de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, esto es, una bruja que roza la comicidad.

Poco que objetar, pues, a la forma. Lástima que el desarrollo de su contenido no se preste a un procedimiento lógico. Si por lo menos jugara al despiste, a forzar al espectador a preguntarse durante todo el metraje qué está pasando y por qué de una manera turbadora, vale. Pero eso no sucede, porque no suscita el grado suficiente de interés. O, al menos, no como lo hacía la trilogía de Bourne, el espejo en el que se mira la película. Así pues, la acción de Hanna está al servicio de un oscuro y nada sutil amago de cuento de hadas moderno –cuyos códigos Wright parece deconstruir–, mezclado con el entramado del thriller de espías más básico, en el que los malos son muy malos y los buenos carecen de motivación aparente. Así las cosas, como contrapunto a lo que habitualmente suele ofrecer el género, puede colmar las expectativas del espectador que aplauda cualquier atisbo de originalidad, por mínimo o injustificado que este sea. Mientras, para el resto Hanna no pasará de una lúdica curiosidad.


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