PERROS DE PAJA – Straw Dogs (1971) de Sam Peckinpah

EL HOMBRE DESHUMANIZADO

¿Quién ha dicho que Perros de paja (Straw Dogs, 1971) no es un western? Un forastero prófugo se refugia en un pequeño y solitario pueblo, donde es considerado un intruso por parte de la hermética comunidad local. Todos los personajes autóctonos se dan cita en torno al centro neurálgico de la localidad, un saloon donde los parroquianos deciden inundados en whisky los avatares del pueblo. Allí están todos, desde el barman de turno hasta el borracho, el sheriff, los delincuentes de poca monta, la puta o el tonto del pueblo. Por supuesto, el ingenuo reverendo es el encargado de luchar por establecer los valores éticos y morales en esta 'ciudad sin ley'. Por su parte, las mujeres del pueblo son ninguneadas y relegadas a objetos de deseo, decoración y conflicto. Por supuesto, cualquier detonante que ponga en peligro la pervivencia del enrarecido modo de vida del pueblo será aplacado a través de la ley del más fuerte. Así, cuando el pueblo decida tomarse la justicia por su mano, el improbable sheriff no será más que la primera de las víctimas que se cobrará la sangría en la granja de los Sumner. ¿No suena todo esto a una del oeste?
El forastero en cuestión es David Sumner (Dustin Hoffman), un astrofísico americano que huye de su país para no ser reclutado y obligado a combatir en Vietnam. Esta revelación es de suma importancia, ya que nos habla de un personaje de ideología antibelicista pero, a su vez, tal vez también con un carácter temeroso, amedrentado o, incluso, cobarde. Por ejemplo, cuando sufre remordimientos por matar a un pato en una cacería, o cuando no tiene agallas para exigir a los hombres del pueblo una explicación por la atroz muerte de su gato. Como todo científico, David es un hombre racional, un estratega nada pragmático condenado a enrocarse en teorías y métodos inútiles en la vida real.
El hombre se instala junto a su joven esposa Amy (Susan George) en Cornwell, un pueblo del norte de Inglaterra donde ella pasó parte de su adolescencia. La presentación que Peckinpah hace de Amy es realmente sugerente, y va en sintonía con todo el tratamiento que de ella se hace durante todo el metraje: lo primero que vemos de la joven mujer es un primer plano de un suéter blanco donde intuimos los pezones erectos de sus pechos sin sostén. Así, la muchacha es presentada como una provocadora: en la primera escena hacer el amago de atropellar con su coche a los hombres del pueblo y contrata a un ex novio para realizar unas obras en su casa, luego se pavonea por el pueblo e, incluso, deja ver sus pechos a través de una ventana a los hombres que trabajan en su casa. Este cúmulo de elementos cobrarán gran significado en la escena de la violación de la joven, donde el realizador se las arregla para que el público esté más que tentado a sentenciar que ella misma se lo ha buscado. Es más, la propia actriz ha declarado en alguna ocasión que, en un cierto punto del acto, Amy llega a disfrutar de la violación, hecho que la intérprete trató (con escabroso éxito) de plasmar en la pantalla.
Amy es un elemento de amenaza para su propio marido. A los frecuentes e intensos choques de personalidad entre ambos se unirá la traición de esta a David en la apoteósica escena final del film, donde, tras dejar claro que no comparte los valores y la integridad de su marido, trata de abrir la puerta a los asaltantes de la granja de los Sumner (de hecho, la novela en la que se basa el film, del escritor escocés Gordon M. Williams, se llama The Siege of Trencher's Farm).
Si Amy es un elemento nocivo, el resto de mujeres del pueblo son representadas con la misma saña. Por una parte, la joven Janice, una muchacha promiscua y juguetona que acaba pagando con su vida su falta de pudor. En esta escena Peckinpah parece sugerir, de nuevo, que su muerte ha sido un desgraciado accidente derivado del 'jugar con fuego' de la adolescente. Igualmente de patético es el personaje de la esposa del reverendo Barney Hood, una atractiva mujer relegada a una presencia testimonial, intrascendente y, en la única línea de diálogo que tiene, embarazosa; al dejar en evidencia a su marido preguntando quién es Montesquieu. Estos demoledores ataques contra los maltrechos personajes femeninos son demasiad explícitos como para no pensar en misoginia.
Por si fuese poco este retrato absolutamente misógino de la mujer, a Peckinpah no le tiembla el pulso al presentar un punto de vista misántropo del conjunto de personajes de la obra. Perros de paja es una olla a presión, una cuenta atrás, un volcán dormido durante siglos a punto de erupcionar y devastar a su paso todo lo que se interponga en su camino. David Sumner es el Vesubio a punto de engullir las almas de los hombres de Cornwell.
Tal vez lo que más horrorizó a la implacable crítica de la época fue no poder negar el hecho de que, como público, sólo podemos estar del lado de David. ¿Acaso no merecían morir esos cabrones inútiles? ¿Acaso no abandonaríamos nosotros a esa zorra caprichosa, traidora y buscona? Sin duda, si sabemos lo que nos conviene. Nadie en su sano juicio puede condenar el desenlace de la cinta y eso, según mi punto de vista, es lo que escuece, lo que irrita. En definitiva, lo que jode. Cualquiera de nosotros habría ejercido la violencia ante una situación semejante, y estoy seguro de que a todos nos habría reconfortado el hacerlo. Para una sociedad democrática y cristiana fundamentada en la defensa de los derechos humanos y el amor al prójimo esta es una afirmación inaceptable. ¿Acaso pondrían esos críticos la otra mejilla? Como se dice en mi tierra, o carallo vintenove!
Salvando las distancias ideológicas y artísticas obvias, el mensaje de la cinta del realizador de Pat Garrett and Billy The Kid (1973) tiene muchos puntos en común con la reciente A ciegas (Blindness, 2008), del brasileño Fernando Meirelles: todo ser humano es capaz de sacar a la luz su faceta más perversa cuando es sometido a condiciones extremas. Así, las burlas (la insoportable risita del personaje de Chris Cawsey es una invitación a la masacre), humillaciones y rechazo que David recibe por parte de la comunidad serán el caldo de cultivo de la sangría que arrollará el tercer acto de la película.
El racional, pacífico y cobarde señor Sumner castigará con furia el atentado contra su hogar: "Esta es mi casa. Y yo soy yo. No toleraré la violencia contra esta casa". Si la violencia en Grupo salvaje (The wild bunch, 1969) había sido poéticamente estilizada, en Perros de paja es mostrada en su condición más cruda, virulenta y visceral.
Así, cuando el accidental asesino John Niles confiesa a David no saber cuál es el camino de vuelta a casa, éste responde el célebre "no te preocupes, yo tampoco". David ha vivido en una casa que no es la suya con una mujer que no es la suya. Al fin, lo ha comprendido. Y no piensa volver. Sin duda, Tarantino no sería Tarantino si Peckinpah no hubiese sido Peckinpah.

2 comentarios en «PERROS DE PAJA – Straw Dogs (1971) de Sam Peckinpah»

  1. excelente... Odié a Amy desde el principio!!! XD jaja
    Muy bien logrados los personajes en todo momento... me encantó...

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