LOS ABRAZOS ROTOS (2009) de Pedro Almodóvar

TODO SOBRE MI CINE

Los abrazos rotos (2009) es, según el propio Pedro Almodóvar, una "declaración de amor al cine" y, analizando la cinta en base a esta sentencia, podemos interpretar que el director manchego ha tenido a lo largo de su filmografía (ésta es su película número diecisiete) una intensa y tortuosa historia de amour fou con el séptimo arte.

Almodóvar ama el cine, pero no la industria cinematográfica. Así, carga las tintas contra la larga e implacable sombra de un cierto tipo de productor, retratado en la cinta como un especulador sin inquietudes artísticas, manipulador, déspota y vengativo.

Además del ataque explícito a determinadas prácticas de los mandamás de la industria, el cineasta reivindica la figura del realizador como autor. Un autor comprometido, que lleve hasta el límite de sus consecuencias la defensa de su obra, a pesar de la tiranía del productor o de la traición de su gente de confianza (en este caso, su montador y su directora artística).

Esta reivindicación es el resultado lógico de la evolución de la filmografía de Almodóvar, donde la frescura, descaro, provocación e irreverencia de sus primeras obras se han ido atenuando en sus últimos proyectos en favor de un cine intimista y polisémico, visualmente portentoso.

Sin embargo, el director manchego no puede evitar sentir nostalgia por el cine que lo convirtió en icono, y trata de demostrarse a sí mismo que, en su interior, todavía sobreviven resquicios del subversivo cineasta que fue en sus orígenes. Así lo demuestra la inserción en Los abrazos rotos de la escena de Chicas y maletas (al igual que la realización del cortometraje La concejala antropófoga), inconfundible guiño a Mujeres al borde un ataque de nervios (1988).

Esta secuencia es uno de los notables y escasos momentos de genialidad del film. La secuencia en la que Lena (Penélope Cruz) se dobla a sí misma, el sobrecogedor plano en el que Harry Caine acaricia en el televisor el último beso que dio a Lena, los personajes de Carmen Machi y Lola Dueñas o la referencia a Viaggio in Italia (Roberto Rossellini, 1954) son exiguos vestigios de brillantez de un guión que combina, con poco atino, melodrama, noir y comedia. Un guión tan ambicioso como pretencioso e inevitablemente tedioso, que no ha sabido aprovechar un material de partida inmejorable.

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